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La opinión del Economista…
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FRANCISCO BUSTAMANTE –
franciscobu@gmail.com
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N o hay que ser cristiano practicante para saber hoy día que la época de diciembre encierra muchos significados o motivos de celebración. Entre estos, el Festival Diwali, de la India; la Navidad cristiana, y Hannukah, la festividad judía. Todas tienen en común el uso de luces como expresión de alegría y fiesta. Y abundantes regalos.
En el mundo occidental los regalos los trae Santa Claus. La inocencia de los niños se manifiesta en la espera ansiosa, la expectativa de los regalos a recibir, la alegría anunciada. En el mundo judío también los niños son actores principales. Durante ocho días que reciben regalos, el dreidel, trompo de cuatro lados es emblemático. La inocencia de los niños cristianos les lleva a esperar un personaje como Santa Claus. A su vez, la inocencia de los niños judíos los lleva a esperar cada día con ansiedad para recibir sus regalos y aprender sobre su propia historia y tradiciones.
Y mientras más larga es la inocencia infantil, creo firmemente, la capacidad de asombro, de inventiva, de curiosidad científica, se manifestará en la vida adulta. ¿Acaso no has conocido gente que siendo adulta proyectan una sensación de inocencia, de capacidad de asombro, de reírse y alegrarse con pequeñas cosas? Yo sí he tenido el privilegio de conocer gente así. Y dentro de mi inveterada costumbre, y respeto personal, he podido casi siempre verificar que son gentes cuya niñez fue satisfactoria. Esa inocencia, agrandada en el tiempo, les permite ser generosos, desprendidos, y creativos. ¿Has visto una foto más infantil que la cara de Einstein, anciano? Algunos ejemplos de sana inocencia infantil. Un video comercial en México, muestra una niña de unos seis años que se acerca a su madre en la cocina y le dispara: ‘Mami: me dijo Pepito en la escuela que mi papá es Santa Claus. ¿Es verdad?’. La madre sorprendida, mira a todos lados, balbucea y empieza algo como: ‘hijita, tu papá trabaja mucho y te quiere y…’, la niña la interrumpe y le dice: ‘Sí mami. Papá me quiere mucho. Y el pobre tiene mucho trabajo en Navidad. ¿Qué podemos hacer para ayudarlo?’. Encontré este comercial entrañable, como dice mi amigo catalán del que te he hablado.
Otra. El Salvador. El rabino de la pequeña y solidaria comunidad judía, explicaba a los niños que la festividad Hannukah es judía, su significado, y que no es Navidad. Que Santa Claus es un personaje propio de la vida cristiana, que no es judío. Se abre la puerta de la sinagoga, el rabino mira hacia la misma y en el quicio de la puerta, entrando, un hombre blanco bajo, de amplia sonrisa, gordo, de rosadas mejillas, lentes pequeños y pobladísima y brillante barba blanca, vistiendo una camisilla y pantalón blancos, y una kipá (gorrito) de colores. Los niños voltean la mirada, y no pueden evitar una exclamación: ‘¡Santa Claus..!’. Resulta que una empresa salvadoreña contrataba este señor en USA, lo disfrazaba de Santa Claus y lo llevaba a hospitales, escuelas, fiestas infantiles, etcétera. Y sí, efectivamente, ese Santa Claus, sí era judío. Al pobre rabino le costó retomar el hilo y atención de sus más pequeños oyentes.
¿Qué resalta de estos eventos que te cuento? La capacidad de creer en lo increíble, la capacidad de confiar en otros, la capacidad de asombro y de alegría genuina infantil. Atributos de una sana inocencia. Por favor, no confundir con estupidez congénita. Quiero creer que la necesidad adulta de ser sorprendidos con regalos, es una reminiscencia de la inocencia perdida.
Tal vez no podamos recobrar la candidez que alguna vez tuvimos. Pero ciertamente, podemos hacerla lo más duradera posible en nuestros niños. Trabajemos, para que la ingenuidad de nuestros pequeños les dure lo más posible, para que sean capaces de albergar sueños imposibles, esperanzas infinitas y fuerza, mucha fuerza, para luchar por alcanzar las metas más difíciles.
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<> Este artículo se publicó el 24 de dicembre de 2010 en el Diario La Estrella de Panamá, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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