La memoria histórica

La opinión de…

Ramón Moreno

Se ha puesto de moda lo de retrotraer el pasado al presente, para indemnizar a los que se considera víctimas de diversos acontecimientos históricos, y llevar a la picota a los que se considera victimarios.

En Iberoamérica, apoyados por muchos intelectuales de toda procedencia, se ha establecido un tribunal virtual que ha condenado, incluso por genocidio, a los colonizadores de nuestro continente. Varios de estos jueces han llegado a afirmar que las civilizaciones de mayas, aztecas e incas eran en muchos aspectos superiores a la de los españoles.    Incluso ha habido quien ha preguntado ¿quién descubrió a quién?

Vázquez Real nos dice “obviamente, Europa, la más avanzada de la época, encontró, porque sus barcos y sus instrumentos se lo permitían, a otra parte de la humanidad, más atrasada, que no hubiese podido hacer un viaje en dirección contraria”.

Hay que admitir que estos jueces, por su apasionada simpatía por los indígenas, no han querido admitir este hecho evidente. En las civilizaciones precolombinas ni siquiera se conocía la rueda, y menos aún la brújula.

Por otro lado, se pintan los pueblos precolombinos como si hubieran sido un modelo de convivencia social, pero lo cierto es que vivían en permanente guerra, lo que explica la relativa facilidad con que Hernán Cortés conquistó México y Pizarro, al Perú.   Y la crueldad de las tribus victoriosas con los vencidos no tenía límites.

En una de estas guerras, la de los tepanecas con los aztecas, “casi todos los guerreros tepanecas fueron masacrados o tomados para sacrificios. Tlacael, sobrino del rey Izcatl, estaba fascinado por el poder del sacrificio humano”.   Claro que esto no justifica la crueldad y brutalidad con que muchas veces actuaron los conquistadores.

Alegar que los colonizadores no aportaron nada bueno, raya en el absurdo.   Se cae de su peso que nos trajeron el idioma, vehículo de la ciencia y de la técnica, la imprenta, etc.   Aquí en mi biblioteca, tengo una copia de un incunable del siglo XVI, impreso en una imprenta de México en 1587: Instrvcion Navtica, Para el Bvuen Vso y regimiento de las Naos, su traca y gouierno conforme a la altura de México.

Este libro no sólo enseña cómo se hacen las naves, sino que contiene enseñanzas relativas al Sol, la Luna y a las estrellas que permitían al marino orientarse en el océano. Tiene una tabla de la declinación del Sol día por día que coincide admirablemente con las de hoy día.

Que un libro así se editara en México en ese tiempo es indicativo de que ya había una población considerable de gente instruida, y no precisamente solo de españoles pues el mestizaje era generalizado. Los frailes y curas católicos, tan denigrados ahora, fueron los que llevaron la educación a niveles superiores en las colonias: La Real y Pontificia Universidad de San Marcos en Lima 1551, la de San Pablo en México en el mismo año, el Colegio Real para los hijos de los caciques, etc.

A nuestros indígenas, que los 12 de octubre se sienten de duelo y exigen ser reconocidos como propietarios de estas tierras en que vivimos, conviene preguntarles ¿y dónde quedamos nosotros los que no somos indígenas?   Con todo el respeto que nos merecen los indígenas, no son precisamente un buen ejemplo para ayudar al desarrollo del país.

Como lo atestiguan todos los que han visitado sus comarcas, los hombres no se distinguen precisamente por ser muy trabajadores, delegando en sus mujeres las tareas más duras (los más fuertes tienen verdaderos serrallos). Deberían aprender de los campesinos santeños, herreranos, etc., que emigran a tierras baldías dentro de sus comarcas, de como se trabaja la tierra y se la hace productiva, en vez de estar haciéndoles la guerra y hostilizándolos.

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<> Este artículo se publicó el 4  de noviembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.