A cuidar nuestra democracia

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La opinión del Ex Presidente…

Martín Torrijos Espino

Hay que rehacer o refundar las instituciones para que la democracia recobre vigor y cumpla sus tareas —para dejar atrás el clientelismo que ha deformado a los instrumentos de la política y a los órganos del Estado—. Solo así se podrá contar con instituciones capaces de recuperar la credibilidad de nuestros compatriotas y sumar a este esfuerzo a las organizaciones sociales, y a las organizaciones no gubernamentales, que al calor de las deficiencias manifiestas han contribuido a enrumbar las preocupaciones ciudadanas, que muchas veces han sido minimizadas por quienes hemos tenido la responsabilidad de gobernar.

Soy un convencido de que dentro de una democracia pluralista hay espacio para todos, que el continente no tiene por qué dividirse según signos ideológicos, sino más bien unirse para superar las adversidades comunes, donde podremos encontrar más espacios para la convergencia que para la divergencia.

Que a todos nos conviene una América Latina donde impere el estado de derecho, se respeten los derechos humanos, donde la esperanza de una región autosostenible sea más que un anhelo, donde la institucionalidad funcione por encima de los individuos, donde la democracia se fortalezca con la aplicación de verdaderos métodos democráticos.

De allí que a mis colegas de la tribu política les reitero que debemos estar preparados para ganar esta batalla con honestidad, para demostrar que efectivamente nuestros países y su institucionalidad democrática están más seguros en las manos de políticos con capacidad, sensibilidad y profesionalismo, que en manos de aventureros capaces de anteponer sus intereses al bien común. Y, sobre todo, hagámoslo con una gran capacidad para ser autocríticos ya que, sin duda, en muchos de nuestros países la política no transitaba, ni transita todavía, por un mar de virtudes.

Por eso, insisto en que nuestras discusiones no deben reducirse a la búsqueda de culpables, sino enfocarse en conocer de manera seria y fundamentada las nuevas inquietudes y demandas de nuestras sociedades. Y nuestra preocupación ha de ser el conjunto de propuestas más adecuadas y factibles para resolverlas. Por eso el dilema del fortalecimiento de la institucionalidad política es readecuarnos y renovarnos, o perder relevancia y desaparecer ante otras opciones. Entre ellas, algunas que ponen en riesgo la convivencia democrática. Tanto es así, que no pocas veces ganar puede ser más fácil que gobernar, aunque después resulta que gobernar sin claridad de rumbo es más costoso que perder.

Recordemos que la democracia no es por definición solo lo contrario a las dictaduras o al autoritarismo. La democracia debe facilitar a nuestros pueblos a escoger a quienes ellos piensen que tienen un proyecto de país justo y con oportunidades para todos, y asimismo facilitarles la oportunidad de castigarnos cuando los defraudamos, y su derecho a hacernos corregir el rumbo. Debemos estar atentos para que las instituciones que administran nuestras democracias no se anquilosen ni pierdan su razón de ser.

A veces ciertas instituciones caen en la rutina de velar más por los intereses de sus integrantes, y los de quienes las administran, que por cumplir con la responsabilidad social para las cuales fueron creadas. De allí que es fácil asociar corrupción y burocracia a los mal llamados males de la democracia.

En fin, a los viejos retos de nuestro sistema democrático se le han sumado nuevos motivos de preocupación, que demandan nuestra reflexión y nuestra acción. No hay duda de que en el siglo pasado los avances democráticos fueron enormes, y tampoco de que en este nuevo siglo todos estaremos a la altura de lo que las circunstancias demanden, a fin de asegurar que seguiremos viviendo en paz, en libertad y en progreso, bajo regímenes democráticos comprometidos con las mejores causas sociales.

Siento que seremos capaces de emprender una renovación que impregne a todo el tejido social de optimismo, y así estimular a los actores sociales para que, en sintonía con las nuevas formas de hacer política, jueguen su rol, también renovado, en beneficio de nuestras democracias y de nuestros pueblos.

<> Artículo publicado el 1  de octubre  de 2010  en el diario La Estrella de Panamá,  a quienes damos,  lo mismo que a la autora,   todo el crédito que les corresponde.

Hacer política sin políticos

La opinión del Ex Presidente de la República…

Martín Torrijos Espino

Ciertos regímenes llegan a creerse que sus mandatos serán eternos.   Por eso acumulan poder de forma arbitraria y no tardan en controlar el sistema judicial, al Ministerio Público, a los congresos y a los demás órganos de balance y control, poniéndolos al servicio de sus intenciones e intereses particulares.   Y lo hacen dentro de un espacio que de antemano estaba más preparado para enfrentar golpes de Estado militares que para enfrentar las sutilezas de la nueva realidad política.

Solo agregaré un ingrediente más en este momento:   al debilitarse la institucionalidad democrática debido a la arbitrariedad, se tiende a culpar de las fallas al propio sistema democrático, y no a quienes tomamos las decisiones o fracasamos en establecer políticas que mejoren la calidad de vida en nuestros pueblos.

Por eso no debemos sorprendernos al conocer que cada día son más los latinoamericanos que estarían más dispuestos a sacrificar su libertad y vivir bajo un régimen autoritario que bajo una democracia, a la cual se la culpa de nuestros errores.

Como ven, el reto y la responsabilidad es enorme para todos los que aspiramos a vivir en países democráticos, estables y capaces de hacerle frente a los momentos cruciales que vive América Latina y el mundo.   Por eso hay que estar claros de que, más que un reto individual, esto es un reto colectivo que exige desprendimiento, comprensión y unidad en nuestros objetivos.

Solo así seremos capaces de representar una nueva esperanza y robustecer nuestras instituciones.   De demostrar —en mi caso como político— que hacer política sin políticos es prácticamente imposible; que no es como vender café sin cafeína, o tomar leche sin lactosa.    La sociedad sin política, y la política sin políticos, no resulta lo más saludable, no importa como esto se mire.

La recesión que aún vive gran parte del mundo demostró que cuando las naciones entran en crisis los partidos, la política y los políticos sí contamos. No hubo excepción: el mercado y la sociedad volvieron sus miradas en busca del Estado para que este vuelva a hacerse presente.

Los críticos dejaron de minimizar el papel del Estado, dejaron de ignorar a los partidos y a sus líderes, para pedirles que intervinieran. Que volviéramos a regular y encauzar los mercados, para corregir los enredos de un mundo que, por falta de regulaciones financieras en los países desarrollados, arrojó a millones de personas a la incertidumbre, la pobreza y el desempleo.

Esta revalorización del papel del Estado y de la política nos obliga a reflexionar. A garantizar que forjemos mejores organizaciones políticas y que trabajemos en fortalecer nuestra institucionalidad.

Ahora tenemos la oportunidad de construir un mundo con nuevas reglas encaminadas a la preservación del bien común, puesto que ya el mercado demostró que solo, o auto-regulado, es incapaz de resolverlo todo. Que, además, la individualidad aconsejada por la avaricia es capaz de engendrar una creatividad peligrosa, cuyos resultados igualmente han afectado la convivencia democrática.

Así pues, al viejo problema de la inequidad en nuestra América Latina, ahora se le suma la crueldad de la violencia generada por el narcotráfico, y a esto se le agrega un ejército de jóvenes desempleados que han crecido ante el ejemplo del dinero fácil, y que ya no ven en el trabajo y la educación los mejores medios de movilidad social.

Todo esto sucede cuando los gobiernos cuentan con menos recursos para hacerle frente a ese enorme desafío económico, social y político, que ha puesto a prueba a nuestra frágil institucionalidad, y que ha facilitado que el crimen organizado y sus recursos también entren en la política y sean capaces de desafiar hasta la subsistencia de los Estados.

Aún así, soy de los que confían en que estos retos serán superados, que prevalecerá nuestra capacidad de adaptación, nuestro instinto de preservación.

Que, de una actitud autodestructiva y egoísta en la política, nacerá la capacidad para reformas políticas, económicas y sociales profundas.

Que seremos capaces de identificar e implementar las reformas necesarias para reconstruir y relanzar un sistema político y administrativo que ya da signos de agotamiento, con el objetivo de mejorar el funcionamiento de la institucionalidad democrática.

<> Artículo publicado el 30  de septiembre  de 2010  en el diario La Estrella de Panamá,  a quienes damos,  lo mismo que a la autora,   todo el crédito que les corresponde.

Antipolíticos y antidemocráticos

La pérdida en el atractivo de los partidos ha dado espacio a que nuevos grupos lleguen al poder sin planes ni proyectos.  La opinión del Ex Presidente…
MARTÍN TORRIJOS
En América Latina no son pocos los ejemplos de partidos que han perdido el atractivo, el poder e incluso hasta la razón de ser. Eso abre la oportunidad a los anti-políticos, que muchas veces después acaban siendo los actores más intolerantes y más antidemocráticos, causándole enormes costos y retrocesos al sistema democrático.

Hoy observamos cómo surgen alternativas, de distintos signos ideológicos y hasta sin ningún signo ideológico que, en el espacio que el agotamiento deja en la política, llegan al poder sin planes ni proyectos definidos. En algunos casos ellos desconocen lo básico; por ejemplo, que el derecho público es muy diferente del derecho privado.

Desconocen que para gobernar se requiere de una constante disposición y una capacidad de formar espacios convergencia; que gobernar implica una permanente búsqueda de consensos y coincidencias en los propósitos compartidos y plurales. Y así se convierten en expertos en destruir y no en construir.

Pero lo peor es que con frecuencia ellos se obstinan en politizar la justicia y judicializar la política, para arrollar a sus críticos y a sus competidores, de forma que el estado de derecho termina siendo vulnerado.

Así, se debilitan la seguridad jurídica, la confianza de los ciudadanos y de los inversionistas, que ven con recelo cómo la política se vive de confrontación en confrontación, y cómo eso incrementa la incertidumbre, mientras los problemas se siguen acumulando y no se construyen soluciones.

A esto hay que sumarle la incapacidad de algunos actores políticos que conforman alianzas que van contra su propia historia, contra su ideología y hasta contra su identidad. Alianzas que, por lo general, terminan minando aún más la credibilidad del propio sistema democrático. Abundan los ejemplos donde la dura realidad que viven nuestros países aconseja construir acuerdos nacionales de largo plazo.

Basta un mínimo de voluntad para comprender que nuestras acciones, si no son responsables, hacen fracasar no solo a los gobiernos sino incluso a nuestros Estados. Pero con todo y estos peligros, hay quienes piensan que es más importante generar el desgaste político del adversario que comprender las necesidades de nuestros conciudadanos.

En algunos países incluso se niega hasta la posibilidad a unas tímidas reformas fiscales, necesarias para poder brindar servicios básicos como salud, educación, infraestructuras o mejorar la seguridad de una población que cada día vive más atemorizada, y que, en consecuencia, pierde más libertad.

Ese efecto de debilitamiento institucional también ocurre cuando alguien ostenta el poder porque se hizo de una mayoría pero luego considera que la consulta y la formación de consensos son una pérdida de tiempo.

Imponerse resulta la forma más eficiente y expedita para gobernar, y así las constantes imposiciones terminan causando confrontaciones innecesarias, y desestimulando la participación de los ciudadanos en la política.

Además, las arbitrariedades y el desconocimiento de la necesaria separación de los poderes del Estado se vuelven algo cotidiano.

En adición a esto, en algunos de nuestros países los medios de comunicación quedan atrapados en la paradoja de definir si defienden el estado de derecho y libertades, que algunos han propiciado, o si optan por defender sus propios intereses.

En ocasiones los dueños de medios forman parte de intereses económicos tan diversos y concretos que así resultan vulnerables y conviven con un debilitamiento del sistema democrático. O también ocurre que optan por hacerse parte activa de una compleja realidad política, que al final termina por convertirlos en actores políticos más que en informadores.

Los ciudadanos muchas veces no logran percatarse por sí mismos del complejo entramado del que son parte algunos de los medios de comunicación y, en ocasiones, reciben información que puede ser sesgada o condicionada.

<> Artículo publicado el 29  de septiembre  de 2010  en el diario La Estrella de Panamá,  a quienes damos,  lo mismo que a la autora,   todo el crédito que les corresponde.

Los peligros de la democracia

El narcotráfico y el crimen organizado son los nuevos enemigos que amenazan  la democracia en Latinoamérica.   La opinión del Ex Presidente…

MARTÍN TORRIJOS 

La democracia en América Latina, como sistema político, aún transita en medio de serios riesgos y amenazas.   Sus enemigos y los peligros cambian con las nuevas formas y el entramado de intereses que surgen en el tiempo. Antes, fueron intereses políticos que se encubrían como movimientos sociales, iglesias, medios de comunicación y hasta con la fachada de organizaciones de la sociedad civil.

Hoy en día es, por ejemplo, el narcotráfico y el crimen organizado, que penetran no sólo las organizaciones políticas, sino también las estructuras financieras, empresariales, policiales y jurídicas.   Tenemos que admitir que este poderoso mal ha penetrado el tejido social en América Latina y corrompido instituciones de nuestros Estados.

La violencia e inseguridad que genera el narcotráfico constituyen amenazas para la convivencia pacífica y democrática de nuestra región.

El doloroso drama social que genera cobra miles de vidas humanas y a veces nos hace olvidar otros dos elementos que, a mi juicio, están interrelacionados y que también son parte de las nuevas amenazas a nuestras democracias latinoamericanas.

Me refiero, primero, a la débil institucionalidad democrática que, en muchos casos, proviene de la actuación de los propios políticos y los partidos; y, segundo, que además hay quienes, bajo el disfraz de anti-políticos, se dedican a la descalificación de la política.

Se desconoce así que la institucionalidad y la política son insustituibles para la existencia misma del estado democrático.

Con frecuencia, en nuestros países el tema del deterioro de la política, los partidos y los sistemas políticos está asociado a la idea de que en nuestro Continente se vive un constante proceso degenerativo de la política.

Y la verdad es que estos señalamientos no han surgido sin sustento. Sin pretender justificar a los partidos y a nosotros, los políticos, solo quiero recordar: que los partidos son organizaciones sociales, estructuras vivas que canalizan el rumbo a seguir de una sociedad.

Es cierto que, en el ejercicio político, los partidos pasan por períodos de crisis, pero también es verdad que ellos son capaces de experimentar etapas de readaptación y relanzamiento.

Su reactualización y resurgimiento depende de la capacidad que posean de adecuarse a los cambios sociales, culturales, económicos y políticos que viven nuestros pueblos, y a las nuevas exigencias y desafíos de un mundo que cambia todos los días.

Si estos cambios pasan desapercibidos para los dirigentes y partidos políticos, éstos terminan perdiendo representatividad y confianza ante la sociedad.

Por eso, cuando aparecen nuevos actores desde fuera del sistema político establecido —y que incluso desplazan del poder a nuestros partidos—, surgen muchas preguntas como: ¿Dónde fue que nos perdimos?  ¿Qué nos impulsó a mirar más al interior de nuestras organizaciones, en lugar de enfocarnos en lo que ocurre a nuestro alrededor?  ¿Qué hicimos para desilusionar a nuestros electores al punto que perdieron la confianza en la democracia misma?

Y lo más importante: ¿Qué debemos y tenemos que hacer para recuperar esa confianza de nuestros compatriotas y fortalecer la institucionalidad democrática?

Muchas de las respuestas a estas interrogantes son incómodas y motivan debates que no pocas veces provocan luchas internas. ¡Créanme que de eso algo sé!

Permítanme explicarles, para quienes no están en la política, que en la clasificación de los contrincantes, uno primero encuentra a los adversarios, después a los enemigos, y al final nos enfrentamos con los críticos más hostiles que, para asombro de muchos, son los mismos compañeros de nuestros propios partidos.

Aún así, cuando prima el bien común; cuando gana el interés nacional y se propone con honestidad y compromiso un proyecto de país más incluyente, es cuando realmente iniciamos el camino de la recuperación y resurgimiento de nuestras organizaciones políticas, y el de nuestras naciones.

<> Artículo publicado el 28 de septiembre de 2010  en el diario La Estrella de Panamá,  a quienes damos,  lo mismo que al autor,   todo el crédito que les corresponde.