Prevención terciaria: ¿Menos delincuencia?

La opinión del Abogado, Odontólogo y Decano de la Facultad de Odontología de la Universidad de Panamá…

Omar O. López Sinisterra

La Prevención a nivel terciario se realiza en los Centros Carcelarios y de Cumplimiento en nuestro país. Muchos funcionarios y aún los que se relacionan diariamente con estos procesos, no creen o tienen fe en este tipo de prevención. Y es que para llevarla a efecto hay que poseer un presupuesto adecuado para el desarrollo de programas efectivos que tienden a mejorar el cuadro conceptual y mental de los internos en cuanto a valores y en cuanto a la valoración de la vida misma.
Los procesos de Resocialización que introducen programas, actividades y diferentes prácticas, son importantes para que los jóvenes desde edades tempranas, puedan ser reintegrados y asimilados por el entorno social.
Muchos piensan que esta ingente tarea constituye una pérdida de tiempo, dinero y esfuerzo, pero devolver vida y esperanza a estos jóvenes, significa construir para la patria y prevenir que vayan a engrosar las filas de la delincuencia.
En nuestra América Latina en muchos países, se realizan estos programas de prevención terciaria y además existen las penas alternativas y la justicia restaurativa en los casos que se pueda implantar.
En los programas participa activamente la familia del joven según el diseño elegido. Estos programas deben incluir objetivos claramente definidos en función de la prevención, una metodología de trabajo con la familia y la comunidad, el financiamiento del programa y su permanencia.

En Panamá, el Instituto de Estudios Interdisciplinarios realiza programas en los Centros de Cumplimiento del país con personal calificado y con muchas limitaciones sobretodo de tipo presupuestarias.

Es necesario conocer a fondo la situación de los jóvenes en estos centros en los cuales existen muchas carencias que influyen en los resultados que se puedan obtener en relación a la prevención terciaria en estas instituciones.

Desde estructuras físicas enfermas, falta de equipos, bibliotecas especializadas y virtuales, personal custodio suficiente y rotativo, personal especializado que pueda atender la creciente población de menores infractores, facilidades deportivas y de estar para combatir el ocio tras las barras carcelarias, y muchas otras carencias existentes, presentes sobre todo en el sitio carcelario.

Nos olvidamos casi siempre de esos jóvenes reclusos en los centros, provenientes de medio ambientes de gran dificultad, en hogares desintegrados en donde las madres solteras hacen lo imposible para sostenerlos. En donde se van relacionando con pandillas y grupos que otorgan identidad y aceptación.

Solo medimos y accionamos sobre el hecho delictivo realizado y no nos detenemos en sus razones u orígenes. Pensamos en el castigo y su permanencia merecida en retribución al daño causado. Miremos hacia el futuro y busquemos una salida de esperanza a estos jóvenes panameños.

<>Artículo publicado el 9 de septiembre de 2010 en el diario  El Panamá América a quien damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

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Vivir con miedo en Panamá

La opinión de…..

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Lanny A. Lowe


Mi niñez la disfruté viviendo en una barriada que, a mis ojos, era idílica. Todos los chicos del barrio jugábamos felices en la calle a las escondidas y a la tiene.   En Navidad recorríamos las calles cantando villancicos y pedíamos posada en diferentes casas cada noche.   Cada Día de la Madre íbamos de casa en casa regalando serenatas a nuestras mamacitas. La calle era segura, era una extensión de nuestro hogar. Nuestros padres nos permitían pasear solos en bicicleta o en patines.   Y con mis amigas, incontables veces caminábamos simplemente por el placer de hacerlo mientras hablábamos de nuestros sueños de juventud.

Esa misma calle la camino ahora con desconfianza, mirando hacia todos lados con el temor de que un ladrón esté acechando. En esa misma acera que tantas veces transité, a mi hermano lo asaltaron unos maleantes. No les bastó con robarle, sino que con saña lo tiraron al suelo para patearlo.

En esa misma casa donde me crié, cuatro ladrones entraron y encañonaron a mi madre en su cara, a la vez que anunciaban: “esto es un asalto”.   Mi indefensa madre fue despojada del anillo de bodas que había llevado en su mano por 44 años.   Los cretinos insistían en que confesara dónde estaba la caja fuerte. No sabían que la única bóveda que tiene mi mamá es su gran corazón y su tesoro es el gran amor que regala al prójimo. Una interminable hora de terror fue lo que tuvo que soportar mi madre con sus manos amarradas mientras los ladrones se dedicaban a examinar toda la casa.

Uno de ellos, presuntamente colombiano y decididamente el más violento, la amenazó sin compasión. Otro se tomó su tiempo para comerse un guineo. Y otro más se dedicó a escoger un perfume de mi mamá para regalárselo a su mujer. Gracias a Dios no le hicieron daño físico, pero ¿quién le quita el miedo que siente cada vez que abre la puerta de su hogar?

Panamá es tan chico que cada semana, si no es un familiar, es el amigo de un amigo, el que es víctima de algún crimen. Algunas víctimas corren con suerte, como el sobrino de mi amigo que sobrevivió aunque con el recuerdo de una bala alojada en su hueso sacro.   Otros no viven para contarlo, como el joven asesinado en su propia casa en Hato Pintado.

Las anécdotas de secuestro exprés se están convirtiendo en algo tan común como contar que te sacaron una muela. Ese correo electrónico que previene sobre un supuesto italiano que circula en su auto ofreciendo ropa como señuelo para secuestrarte, es absolutamente cierto.   Lo sé porque una noche en el estacionamiento de Multiplaza me ocurrió igual, pero Dios me protegió y el “italiano” se fue.   Ahora que caigo en cuenta de que estuve a punto de ser secuestrada, el miedo me entra en el cuerpo.

¡Ya basta! No quiero vivir con miedo y el resto de los panameños tampoco.

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Este artículo se publicó  el  25 de marzo de 2010 en el Diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

¿Quién tiene Blackberry?

La opinión de…..

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Lanny A. Lowe

Ahora, queridos usuarios de tan maravilloso aparatito, les pido leer este artículo escrito desde la perspectiva de una persona que no lo tiene.

Tengo varios amigos dueños de esa mágica cajita negra que los conecta con el mundo. Me resulta divertido que me pregunten con toda naturalidad, como si todo el mundo tuviese uno, cuál es mi BB (refiriéndose al pin -número de identificación) y su asombro cuando les contesto que mi único BeBé es mi hijo.

Sé que a través del Blackberry se puede leer y contestar emails, mantener conversaciones, enviar y recibir mensajes de texto en tiempo real y disponer, además, de múltiples bondades que no pretendo enumerar aquí porque esto no es un anuncio pagado. Lo que no sé es si mis amigos se dan cuenta de que toda esa instantánea conexión con los que no están a su lado se traduce en la desconexión para con los que están, en ese instante, frente a ellos.

Póngase en los zapatos de la abuela que no entiende por qué su nieta adolescente está con los ojos fijos en una minipantalla y los dedos en un tecladito en vez de estar conversando con ella.   Sienta la frustración de la esposa que quiere conversar durante la cena con su marido, pero se siente sola porque él está intercambiando mensajes de texto con sus amigos. Imagine a un padre conduciendo callado, cual chofer, porque su hijo está entretenido “chateando” con sus amigos. Reflexione en la contradicción de ir a la Iglesia y no poner atención por estar pendiente de teclear una respuesta al mensaje recibido.

Y adivine por qué una amiga mía chocó su auto recientemente. Entiendo lo maravilloso que es estar en contacto con tus seres queridos a cualquier hora, en cualquier lugar y, sobre todo, ¡gratis!   Pero también creo que hay un lugar y un momento para cada cosa.

Las normas de etiqueta para usar un Blackberry deberían nacer del sentido común de las personas, pero parece que utilizarlo resulta tan adictivo que inocentemente los usuarios dejan de percibir lo que sucede en su entorno debido a la concentración que prestan al susodicho.

Quizá por eso han olvidado que “Secreto en reunión es mala educación” y no notan la incomodidad causada al excluir a quien está a su lado de la conversación que mantiene por Blackberry.   No consideran una falta de cortesía dedicarse a alguien que no está presente en vez de compartir con su interlocutor. Ni recuerdan lo peligroso que es quitar los ojos del camino para leer un mensaje de texto y las manos del volante para contestarlo.

Considero que se pueden disfrutar todos los beneficios del Blackberry, pero en momentos que no atenten contra las normas de cortesía, manteniendo la consideración para los demás y valorando la compañía del que está presente.

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Publicado  el   19  de  enero  de 2010  en   el  Diario  La  Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.