Un mensaje a los perredistas

La opinión de…

 

Rafael Mezquita

Para entender el momento actual y medir las posibilidades de que el PRD vuelva a ser opción de poder en el año 2014, sugiero analizar el tema de la alternancia, las enormes diferencias entre las primarias de 1999 y 2003 con las de 2008, las formas de administrar el poder, así como las actitudes y decisiones tomadas por los gobiernos Moscoso y Martinelli hacia el PRD y los retos del partido para los próximos años.

Empiezo por plantear que el criterio de alternancia no es eterno ni inmutable. No por ser el partido más grande ni porque desde 1994 siempre gana la oposición, el PRD tiene garantizado el triunfo en 2014.   Menciono solo pocos factores que lo decidirán: el candidato y sus posibilidades de sumar votos fuera del partido, la alianza que se construya, la calidad del resto de la oferta electoral y los recursos que se dispongan.   Solo este año, los electores de Costa Rica, Colombia y Brasil nos demostraron que los candidatos oficiales pueden ganar elecciones si se hace bien la tarea.

Las primarias perredistas. En las primarias de 1998 y 2003, Martín Torrijos logró un cómodo triunfo sin divisiones internas posteriores. Después de la derrota de 1999 se hizo de la Secretaría General y, solo en la cancha, condujo al partido a una cómoda victoria en 2004. En 2008 la cosa fue bien diferente. Las fisuras dejadas por esa contienda interna, afectaron la derrota de 2009 y, transcurridos dos años de esas primarias, todavía no emerge un liderazgo que conduzca al partido al triunfo electoral de 2014.

A diferencia del gobierno actual, el gobierno arnulfista del período 1999–2004 no ejecutó una estrategia tan evidente para minimizar y/o destruir al PRD como acontece ahora. La administración Martinell inició su estrategia pública (no quiero imaginarme la privada) nombrando a una ministra inscrita en el PRD para dividirlo.

Luego vino la compra descarada de dirigentes electos del partido, los cambios a la ley electoral, las constantes acusaciones –sin pruebas– contra el PRD y sus dirigentes, la masiva botadera de empleados públicos perredistas, el intento de quebrar las organizaciones sindicales afines al PRD y el apoyo a la izquierda para restarle soporte en parte de su base social; constituyen solo algunos de los componentes de dicha estrategia de aniquilación.

Pero lo que viene pinta peor. El gobierno también se ha caracterizado por la utilización de todos los mecanismos coercitivos que le da la ley para amedrentar a quienes se le atraviesan en el camino: empresarios, periodistas, dirigentes sociales y políticos, fiscales y jueces han sido, entre otros, víctimas del acoso gubernamental. Al proyectar este manejo al escenario electoral de 2013–2014 con alta probabilidad nos encontraremos con una conducta electoral gubernamental típica de las décadas de 1950 y 1960.

No he registrado la más tenue señal de cambio en esta conducta. Ha quedado tan en evidencia la estrategia de liquidar al PRD que, pese a que dos comisiones (Defensoría del Pueblo y la nombrada por el propio Ejecutivo) presentaron pruebas fehacientes de la incapacidad política y represiva de las diversas instituciones públicas involucradas en el torpe manejo de la crisis de Changuinola, el Ejecutivo insiste en acusar al PRD como culpable de la misma. Ha sido tan evidente el afán de hacerle daño al partido que hasta la nueva embajadora de Estados Unidos intervino para demostrar su inconformidad con dicha conducta al visitar su sede.

El PRD tiene que prepararse para asumir los retos de renovar su histórica estrategia político–electoral y la primera condición es entender que solo no gana. El desgaste acumulado y el ataque mediático gubernamental a los políticos causa mella en cerca de la mitad del electorado que se inclina en estos momentos por un independiente para gobernarnos a partir del 2014.

El partido, quizá por primera vez en su historia, tendrá que abrirse de verdad a novedosas formas de alianzas políticas, para lo cual su dirección tendrá que conducir una verdadera reforma estructural, en medio de una actitud histórica de rechazo a tal apertura. Por ello, si hoy fueran las elecciones primarias del PRD, no me queda duda que el candidato ganador será aquel que reciba el apoyo mayoritario tanto a lo interno –para ganar las primarias– como a lo externo –para ganar las elecciones nacionales– O sea, apuesto a que la percepción externa –que no vota en primarias– incidirá en la interna que sí lo hace. Esa será la exigencia del electorado no perredista para que un perredista vuelva a gobernar el país.

Las circunstancias actuales son inéditas para el PRD. Las estrategias y conductas del pasado poco sirven para el presente y menos para el futuro. O enfrenta una verdadera reforma estructural en su forma de hacer política o estará condenado a repetir la historia del PRI mexicano.

<> Este artículo se publicó el 13 de diciembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Forma mata fondo

La opinión de…

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Rafael Mezquita

En gestión de gobierno, el fondo se asocia a las obras materiales, inversiones públicas, programas sociales o a los resultados económicos del país y financieros del Gobierno, a las leyes aprobadas y a una larga lista de proyectos.   La forma se asocia a las maneras de convencer de la pertinencia de esos proyectos y tiene que ver con la construcción de consensos, diálogo, tolerancia, percepción, suma y disposición a escuchar, negociar y ceder para avanzar.

Parafraseando al general Torrijos, el fondo tiene rango y la forma jerarquía. Un político que aspira a concluir un gobierno aceptable y a ganar nuevamente la confianza del electorado –con su delfín como candidato– lo logrará con un buen manejo de las formas, aun sin terminar su agenda, porque en política la forma es fondo.

El Gobierno actual tiene una impresionante lista de imperdonables, o sea, aquellas macro iniciativas que debe terminar antes de irse. Quien le diga al jefe que con cumplir esa agenda su éxito está asegurado le miente. La culminación en tiempo y costo de esos imperdonables medirá, cuando mucho, si el gobernante cumple su palabra o si tuvo la capacidad y voluntad política para cumplir lo prometido y así ganar credibilidad.

La evaluación ciudadana no irá más allá de:   para eso los elegimos y para eso les pagamos. Pero la ecuación del buen gobierno será incompleta porque le hará falta el cómo gobernó, categoría que oscila en un péndulo cuyos extremos son: o un estadista respetuoso de las instituciones democráticas y de sus formas o un político cuyo objetivo son los resultados y que subvalora cómo lograrlos.

La buena o mala nota tendrá que ver también con la percepción de qué tanto mejoró el país al final del gobierno en comparación con el inicio, valoración en donde las buenas formas de gobernar serán determinantes.

En el arte de gobernar tienen categoría de forma desde los gestos o señales de los que gobiernan, pasando por los estilos de liderazgo o por las maneras de comunicar.

Las formas tienen que ver también con la paciencia del dirigente para escuchar los problemas de la gente y por su propensión a dialogar con quienes debe hacerlo. El manejo de las formas lo determina su capacidad para tirar puentes a los adversarios o su buen o mal humor para digerir los sapos que se tragan en política.

En medio de la discusión de la Ley 9 en 1, escuché a un diputado de gobierno decir que el Presidente era un hombre que se atrevía a tomar decisiones difíciles a diferencia de su antecesor. Confío que Changuinola lo haya hecho recapacitar.

El buen conductor, antes de tomar decisiones complicadas busca minimizar los riesgos asociados, y si la decisión no tiene suficiente nivel de maduración en el tejido social que impactará, la pospone, modifica o busca mecanismos de compensación social para hacerla atractiva, y así minimizar los costos políticos.

Entre administrar una empresa y gobernar un país hay grandes diferencias. Cuando se administra una empresa las decisiones impactan a pocos, se pueden revertir fácilmente, son de corto plazo y de bajo riesgo y afectan a un grupo de leales que dependen de quien los dirige. Cuando se gobierna un país, las decisiones impactan a muchos ciudadanos y a diversos poderes fácticos (medios, organizaciones, iglesias, etc.) y sus lealtades cambian con cada decisión del gobernante en función de cómo les afecta o beneficia.

Los manuales de marketing político enseñan que en política lo afectivo mata lo racional.

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Este artículo se publicó el 1 de agosto de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.