La opinión de la poetisa y escritora…..
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Virginia Fábrega
Hace años, ese ícono de la televisión que es Víctor Martínez Blanco me instó a escribir un artículo intitulado “Pero…” sobre su cansancio al escuchar, una y otra vez, cuando se hablaba bien de alguien, a uno que adversaba: “Si, pero….”
Antes y después de Cervantes se han escrito volúmenes de denuestos a denuestos: la envidia no conoce fronteras geográficas ni cronológicas. Al celebérrimo dicho quijotesco “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”, quiero aparearle la fabulilla que bien podría debérsele a Esopo: en una charca, la luciérnaga pregunta al sapo: “¿Por qué me lengüeteas?” –“¡Porque brillas!” – contesta él.
Ese genio del humor y el histrionismo que fue Groucho Marx, al detenerse en la figura del lobo que le aúlla a la luna, apunta: “A veces, es la luna la que aúlla….” Tras la oscuridad de las artes y las letras que por siglos ha enmarcado el devenir de esta ¿nación? con abundancia de árboles, peces, mariposas y envidia, la luna del quehacer cultural promete llegar a una fase permanente de plenitud. Por supuesto no falta el lobo que aúlle ante esa fosforescencia celestial… y esa luna debe aullar, a su vez, del dolor de lo mezquino.
Como obrera que soy de la palabra me enorgullece declarar que he forjado textos para múltiples proyectos culturales; el último de éstos, el musical Río Grande, “afluente” de las maravillosas Aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, a quien amé a primer párrafo en mi niñez y por siempre. La cizaña impresa contra novatos actores –muchos de ellos niños que cumplen, antes de entregarse por horas a la tablas, con agendas escolares exhaustivas– remonta un río de mala fe que pasa por señalamientos absurdos a una coreografía de primer mundo, al respeto por la belleza original del Gospel… a la peluca –encargada a New York– de Mark Twain!
Si algo me consta es el afán preciosista al ritmo del cual trabajan Bruce Quinn, Dino Nugent, Alida Gerbaud de Fábrega, que día tras día levantan la pirámide de un gran teatro musical en Panamá. A su influjo ejemplar y su talento se vislumbra la formación de una pléyade de artistas que, junto a tanto escritor, pintor, escultor, músico y cineasta que aflora, erradicarán por fin esa etiqueta negra de Panamá de “aldea de mercachifles a orillas de un canal”.
Ante las arremetidas innoblemente escudadas tras pseudónimo al abnegado oficio teatral panameño, que configura un río grande de progreso junto a las otras poderosas corrientes creativas, solo puedo evocar con esperanza lo que proclama Neruda:
Podrán talar los árboles y arrancar las flores pero no podrán detener la primavera.
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Este artículo se publicó el 11 de junio de 2010 en el diario El Panamá América, a quienes damos, lo mismo que a la autora, todo el crédito que les corresponde.
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