Soy feliz de ser católica

Soy feliz de ser católica
Dalys Jurado Soons

En la guía del cristiano a la conciencia, Knowing Right from Wrong (Conocimiento entre el bien y el mal) el sacerdote Thomas D. Williams, analista del Vaticano para las noticias de CBS, nos dice que la conciencia es el testigo de la verdad moral y que nos esfuerza a la grandeza y solo la grandeza es lo que en realidad cuenta.

También menciona que un factor importante en la formación de nuestros principios morales es la religión. La religión católica refuerza la trascendencia de la ley moral. Nos ayuda, además, a entender que las decisiones siempre tienen consecuencias, aquí en esta vida y también en la vida por venir. Explica que detrás de cada ley moral natural, que cada uno percibe, está una divinidad o legislador. Dios nos creó a los seres humanos libres, responsables por nuestras acciones. Por eso, si se es católico de verdad es porque con conocimiento y conciencia hemos decidido serlo y somos felices con nuestra decisión.

El ser laico, sacerdote, monja, hermana, consagrada o capellán católico es una decisión muy personal y libre, y significa responsabilidad por nuestras acciones. A nosotros los católicos se nos enseña que ninguna otra persona puede ser responsable por nuestras elecciones. Nosotros somos responsables por lo que sabemos y por lo que hacemos. También sabemos que es muy difícil en teoría y en práctica, pero nuestra religión nos enseña que en donde podemos y debemos imitar a nuestro señor Jesucristo es en la estructura de su vida moral.

Si bien es cierto, muchos católicos se van de nuestra religión, al mismo tiempo muchísimos católicos, como yo, afianzamos nuestra fe en Cristo con las enseñanzas que nos brinda nuestra Iglesia para tener una mejor conciencia y conocimiento.

La religión católica tiene, y ha tenido a través de la historia, una influencia extraordinariamente positiva en la vida moral de los individuos y de la sociedad. Luis María Anson, miembro de la Real Academia española comenta que en su trabajo profesional ha visitado más de 100 países y ha visitado leprosorios, asilos de ancianos, a enfermos terminales, a pacientes con sida y solo se encuentra con misiones y misioneros católicos. Esa es la escueta verdad. Nunca dice se ha tropezado con un comunista, militante o persona que vocifera en contra de la Iglesia católica. Los misioneros católicos ejercen su ministerio en los lugares más miserables.

Con la visita de nuestro santísimo papa Benedicto XVI a África, la prensa mundial tergiversó el sentido de sus palabras. Son muchos los que se dedican a atacar sistemáticamente la Iglesia católica. Todo les vale como argumento para el intento de desprestigiar a los seguidores de Cristo, sin querer reconocer la labor que durante 20 siglos están haciendo en el mundo los discípulos de aquel pequeño grupo de los apóstoles.

Nuestro Papa, al igual que millones de personas cristianas, cree que la mejor forma de combatir el sida es la monogamia y la fidelidad. También el matrimonio católico está basado en el amor, la monogamia y fidelidad. El Catecismo de la Iglesia católica dice: “La sexualidad está ordenada al amor conyugal del hombre y de la mujer”. En el matrimonio la intimidad corporal de los esposos viene a ser un signo y una garantía de comunión espiritual. Entre bautizados, los vínculos del matrimonio están santificados por el sacramento. La fecundidad es un don, un fin del matrimonio, pues el amor conyugal tiende naturalmente a ser fecundo. El niño no viene de fuera a añadirse al amor mutuo de los esposos, brota del corazón mismo de ese don recíproco, del que es fruto y cumplimiento. Por eso la iglesia está a favor de la vida y se enseña que todo acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida.

En la moralidad católica, la prohibición de juzgar puede ser entendida correctamente, sin embargo, esto no significa rehusar a llamar el bien y el mal por sus nombres. Un viejo adagio dice: “Odia al pecado, pero ama al pecador”, nosotros podemos juzgar las acciones como buenas o malas, pero nunca juzgar a las personas. Porque nosotros nunca podemos saber el estado del alma de la otra persona, aunque él o ella estén haciendo algo malo. Jesús, por ejemplo, le dio la bienvenida a las prostitutas, pero él nunca le dio la bienvenida a la prostitución.

A través de la historia, los católicos apostólicos que siguen una Iglesia santa, católica y apostólica, con principios éticos universales, donde la regla de oro de la moralidad es “hacer al otro lo que quiero para mí” y que tienen el coraje de enfrentarse a las leyes que atentan a los principios éticos universales, como el de la dignidad humana o el de la igualdad, son injustamente criticados y juzgados porque en nuestra doctrina no favorece ni se acomoda a intereses propios de unos pocos que solo consideran correcto que los otros también persigan los suyos, o por expectativas interpersonales, donde se dejan llevar por los medios, por obediencia, miedo, favorecer propios intereses, expectativas personales, normas sociales establecidas, entre otros.

Por eso, millones de personas, hemos decidido libremente y con conciencia ser católicos y seguir a nuestro representante de Cristo aquí en la tierra: el papa Benedicto XVI y la doctrina católica.

Publicado el 23 de mayo de 2009 en el diario La Prensa