La opinión de…..
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Emma Mendoza A.
En un país multiétnico y, por supuesto, multicultural como el nuestro no resulta muy claro por qué el censo de 2010 se empeña en contar a los negros en general, incluidas todas las gamas que existen en el caleidoscopio nacional (descendientes de antillanos o de origen colonial), y a los indígenas, aunque sin distinción de ramas.
Ahora, una inquietud conceptual se deriva de las herramientas utilizadas por el Instituto de Estadística de la Contraloría General de la República, para determinar el grado de certeza de las autoidentificaciones étnicas de la población estudiada. ¿Cuál o cuáles fueron? ¿Qué criterio confiable les permitirá conclusiones que trasciendan el campo de las hipótesis?; pues salvo mejor criterio, fuera de una autovaloración, generalmente subjetiva, la población panameña no tiene claras las características étnicas que entran en juego a la hora de configurar un autorretrato. ¿Acaso se explicó, antes de esgrimir la pregunta que la condición de negritud abarca más que la tonalidad de la piel, los rasgos del rostro, la textura del cabello y un sinfín de características más, que nos llevarían a la elaboración individual de un árbol genealógico para identificarnos dentro de ese contexto?
¿Por qué el censo de 2010 no se ocupó de establecer cuántos de los nacidos vivos (¿y los nacidos muertos, no se cuentan?) en el istmo provienen de griegos, rusos, judíos, alemanes, chinos, italianos, nobles o plebeyos? ¿Acaso para los efectos de contarnos como pobladores no suman los pelirrojos, pelinegros o “mechiblancos”?; los que poseen el destino del país y los que son destinados al país?
Supongo, si suponer se puede, que esto gira en la dirección de aglutinar por “etnia” a los negros y a los indígenas, porque de allí se derivarán grandes programaciones sociales que reivindiquen las ingentes necesidades de las poblaciones objeto de conteo especializado; monumentales obras de beneficencia o en su defecto determinar si a los naso los eliminan de un plumazo o los convierten en miembros activos de otros partiditos políticos, para las próximas elecciones.
Realmente no encuentro mucha lógica a esta y otras preguntas del censo que por primera vez, en lo que me alcanzan los recuerdos, se queda inconcluso con la gente sorprendida y apresada en su casa; con encuestadores maltratados física y económicamente, claro porque se trata de gente joven, muchos de condición humilde, cuyo trabajo valoramos menos de lo que valoramos la opinión ciudadana.
Finalmente, no podemos dejar sin consignar la clásica y androcéntrica pregunta: ¿Quién es el jefe del hogar? Ni siquiera el jefe, la jefa o los jefes. No pudimos evitar preguntar bajo qué criterio determinaban la jefatura del hogar. La respuesta nos dejó más que apabulladas: ¡El que gana más dinero!
Hoy que las mujeres panameñas expresamos a viva voz haber alcanzado hitos significativos de reivindicaciones femeninas, todavía el diseño del cuestionario censal, olvida que la pregunta sobre jefatura familiar debe tener una o varias alternativas, porque las familias no son de un solo tipo (las hay monoparentales femeninas) y aunque se tratara de la llamada familia nuclear, los tiempos y conquistas modernas, compelen a compartir los roles de mando y administración familiar, con independencia del ingreso de los cónyuges.
Por otro lado, cosa de las dinámicas familiares, quien gana más dinero no es necesariamente quien toma las decisiones fundamentales, cuando no se resuelve paritariamente ¿Qué le pasó al censo con el enfoque de género?
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Este artículo se publicó el 24 de mayo de 2010 en el diario La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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