Las encuestas patrióticas de noviembre

*

La opinión del  Jurista…

Víctor Collado Sánchez

Las televisoras, especialmente, cada noviembre, entrevistan a estudiantes y a personas escogidas al azar sobre las fechas clásicas del mes, sobre los autores de los símbolos patrios y asuntos relacionados.
Al final de las entrevistas el resultado es el mismo del año pasado: alumnos despistados y desactualizados hasta lo increíble, y hombres y mujeres respondiendo “ñamerías” con una sonrisa que los delata.
Las críticas, a partir de allí, se enfocan hacia la eficiencia del sistema educativo y la soga termina reventándose por lo más delgado: la calidad de los estudiantes.
Si en verdad se tratare de analizar el sistema educativo por las consecuencias de esas encuestas (aunque un desfile nunca será el escenario ideal para eso), resultaría interesante que los periodistas en algún noviembre se fueran al final de la delegación y entrevistaran a los docentes a ver si los resultados son sorprendentemente distintos o iguales a los que se conocen por el contenido de las respuestas estudiantiles.

No da para reírse la baja calidad de las respuestas porque el conocimiento de la historia, en el caso de Panamá, tiene importancia habida cuenta del débil espíritu nacional del que damos muestras desde que Eusebio A. Morales así lo sentenciara a inicios del siglo XX.

Pero sin descuidar el peso de lo dicho, pienso que el asunto debe tener otro rumbo. ¿Cuál es el provecho con exhibir en público los escasos conocimientos históricos de nuestra juventud? ¿Qué utilidad tiene para el estudiante, hoy día, saberse de memoria el nombre del autor de la letra del Himno Nacional o quién confeccionó la primera bandera del naciente país? ¿Qué tanto progresamos si en coro repetimos el significado de las imágenes que reproduce el escudo? ¿Qué tal lúcido sería nuestro sistema educativo si ninguno de los entrevistados le fallara a la pregunta sobre los protagonistas de la gesta de independencia de España?

¿A quién atribuirle el desconocimiento elemental sobre la historia nacional: a los estudiantes por especializarse más en tirar piedras que en abrir libros, o a los profesores, guiados por el afán de ganar más sueldo? ¿O a todo el sistema educativo que ya está viejo, desfazado, inoperante, insulso y lo que es peor: a merced de cuánto político se cree en capacidad para inventar “sistemas” o “transformaciones educativas cada cuatro años sólo por la majadera proclividad de decir mañana que esto u otro lo hice yo, mi gobierno o mi partido.

Qué bueno sería que las entrevistas se dirigieran a revelar cuánta ciencia, educación o tecnología están recibiendo los estudiantes. Que le dijeran al país el equipamiento técnico de sus escuelas o los progresos en materia de investigación. O de cómo se están proyectando en la comunidad con proyectos de soluciones concretas (no excursiones a regiones pobres con regalos) y que la gente hace suyo. ¿Qué incentivos están recibiendo del gobierno o de la empresa privada? O sobre sus expectativas de empleo luego de la graduación.

Si queremos un país diferente, con esperanzas y optimismo para todos, nos convendría fiarnos, por ejemplo, en el caso de Singapur que teniendo menos de 50 años de independencia, ya es uno de los más globalizados del planeta que en lugar de tener héroes de la independencia en sus billetes, luce la imagen de una universidad con una sola palabra impresa: Educación.

Razón no le falta al ensayista Andrés Oppenheimer cuando en su última obra (sept. 2010) nos dice que “la obsesión iberoamericana con la historia nos está robando tiempo y energías para concentrarnos en el futuro”.

*
<>Artículo publicado el  15  de diciembre  de 2010  en el diario El Panamá América,   a quienes damos,  lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

Las cuotas sindicales y la Ley 30

La opinión de…

Víctor Collado S. 

A consecuencia de la desafortunada aprobación de la Ley 30, no es fácil sortear la cantidad de acontecimientos que se han desencadenado. Podría ser por la cantidad de “padrinos” que corrieron a bautizar con curiosos epítetos la nueva normativa; o por la lluvia de desinformación, medias verdades y mentiras redondas que se lanzaron de un púlpito y otro, cada uno intentando afiliar a la feligresía expectante; o por la conducta sospechosa y blandengue de autoridades que solo confesaron su escasa capacidad sobre el tema o por la falta de entereza para asumir responsabilidades públicas.

Sin pretensión alguna y hasta donde llegan mis limitadas capacidades, harto conocidas, considero oportuno precisar algunos aspectos sobre las cuotas sindicales.

1. Las cuotas, en general, no son un tema sindical. Las cuotas son establecidas por todas las organizaciones, clubes sociales, empresariales, de ejecutivos, etc., como parte de su régimen interno de funcionamiento.

En lo que concierne a las cuotas a favor de los sindicatos, en el Código del 47 como en el del 72 se dispone que las cuotas son un tema de los estatutos y que los estatutos se aprueban, exclusivamente, en asambleas generales de trabajadores.

2. El origen de la obligación de pagar cuotas sindicales surge por la afiliación al sindicato, y como la afiliación a un sindicato queda a voluntad de cada trabajador, solo deben y pagan cuotas sindicales los que hayan decidido afiliarse al sindicato. Decir que la Ley 30 concede el derecho a que todo trabajador elija si quiere pertenecer o no a un sindicato, es una aberración del tamaño de la catedral de San Felipe, con todo su peso descomunal y dimensiones insospechadas.

3. El único principio de cotización obligatoria apareció en el Código de Trabajo de 1972 en el sentido de que los trabajadores no afiliados tenían que pagar cuotas al sindicato si este tenía la mayoría de los trabajadores afiliados en la empresa. Sin embargo, ese principio de cotización obligatoria existió hasta el 19 de febrero de 1993, fecha en que la Corte Suprema de Justicia declaró inconstitucional tres párrafos del artículo 373 que establecía la cotización obligatoria indirecta.

4. A la fecha de hoy la única cotización obligatoria que existe en la legislación laboral se aplica únicamente en aquellas empresas que tengan vigente convenciones colectivas de trabajo.   En esos casos, el trabajador no afiliado al sindicato le paga cuotas al sindicato que intervino en la celebración de la convención solo y únicamente si la empresa, por decisión unilateral, decide concederle a ese trabajador los beneficios pactados en la convención colectiva.

Si tomamos en cuenta que la minoría del conjunto de los trabajadores panameños son los que aparecen estadísticamente inventariados como afiliados a sindicatos y que no todos esos sindicatos tienen convenciones colectivas de trabajo en sus empresas, el tamaño del “problema” que podemos presumir debió motivar la aprobación de la Ley 30 sobre el pago de cuotas sindicales, se reduce a términos tales que resulta inconcebible, por decir lo menos, el porqué se ha llegado a tanto por tan poca cosa.

5. Disponer que un trabajador beneficiario de lo pactado en la convención colectiva no queda obligado a pagarle cuotas al sindicato que negoció el beneficio, es tanto como que el Gobierno, nacional o local, decida no cobrarle al ciudadano corriente tasas por beneficios o mejoras derivados de la prestación de servicios públicos o por la construcción de obras de uso común.

Pero sucede que el Gobierno nos cobra a todos las tasas con la misma exigencia y prontitud con que nos obliga a pagar los impuestos.   ¿Por qué, entonces, los sindicatos no deben recibir las cuotas por parte de quienes se benefician de sus luchas?

6. La derogación o suspensión de toda ley o de algunos de sus artículos no debe dejar fuera de atención la vigencia actual del Decreto Ejecutivo No. 193 del 9 de julio que, además de servir solo como soberano ejemplo de improvisación, aturdimiento y desesperación, refleja indignos atributos que son o deben ser impropios en quienes ejercen altos cargos oficiales.

7.   Sacándole un pelo al gato, podría decirse, de ser el caso, que lo único rescatable de la Ley 30 es que puso a la dirigencia sindical a pensar, en su gran mayoría, en cómo ir a buscar las cuotas sindicales en lugar de seguir “esperando” por ellas.

<>

Este artículo se publicó el 28 de julio de 2010  en el diario La Prensa,  a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.