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La opinión de…
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Emmanuel García –
El pasado 7 de diciembre fue una fecha que marcó a los residentes en Yaviza para siempre y, también, al resto del país. Nuestro amigo el río Chucunaque se inscribió en el CD y le entró la locura: desató una furia desconocida sobre el pueblo de Yaviza y arrasó con todo a su embravecido paso. Más de 7 mil 400 damnificados, gente pobre, pero alegre y trabajadora, perdió lo poco que tenían, salvando de a milagro sus alegres vidas, hoy también arrasadas por las corrientes, dejando a su paso un pueblo entristecido.
En un recorrido por los albergues, bien organizados, por cierto, por el Sistema Nacional de Protección Civil, que atienden a más de 3 mil 200 desplazados por las aguas contaminadas del otrora apacible y generoso río, encontré anécdotas de grandeza y de tristeza que comparto hoy.
El Gobierno, las organizaciones no gubernamentales, los funcionarios públicos mal remunerados, los voluntarios de Metetí, Santa Fe y de varias comunidades alrededor trabajan horas agotadoras, mitigando el sufrimiento de sus comprovincianos.
A estos se le suman las comunidades que en sus escuelas hospedan a los damnificados y, sin pensarlo dos veces, de lo poco que tienen, comparten con sus vecinos adoloridos: van al monte a cortar plátanos, cosechan de sus tierras verduras: ñame, yuca, otoe, sacrifican sus vacas para aliviar un poco el dolor de sus hermanos. Sus mujeres cocinan, sus hombres buscan la leña para el fogón, los niños cargan el agua. Las iglesias apoyan con ropa, comida, entretenimiento y hasta con payasos encantadores. De su pobreza sacan riquezas.
En una gira de supervisión encontré en el albergue de la Fundación Pro niños del Darién, organizado para atender aquellos casos más sufridos –los discapacitados y embarazadas de riesgo–, a una señora de 76 años que atiende a su esposo de 72 años, orgullosos padres de dos hijos y abuelos de siete nietos, todos damnificados. Cuando le pregunté cómo se sentía en el albergue, si estaba bien atendida, su respuesta fue un río descontrolado de lágrimas, y solo atinaba a decir: “lo hemos perdido todo”.
Traté de consolarla con palabras de aliento y de repente recordé el maravilloso programa de “100 para los 70”, calculé de inmediato que podría alentarla, recordándole que por lo menos tenía una ayudita segura con el dinerito de los dos que suman 200.
Sus lágrimas aumentaron y me recordaron al Chucunaque desbordado. Confundido, le pregunté si ellos recibían sus cheques del programa y moviendo su cabeza entristecida me dijo: no. Llamé de inmediato a la funcionaria del Ministerio de Desarrollo Social que me acompañaba y le solicité que le tomara los datos. La funcionaria le preguntó si era colombiana, la respuesta fue sí. No califica, me dijo. Pregunté cuantos años tenía de vivir en Yaviza. La respuesta: 48 años. Casi fundadores de Yaviza y todavía no son residentes.
Su pobreza les impidió realizar los trámites de naturalización, a pesar de haber contribuido con nueve panameños a la nación. Hoy la ley les impide beneficiarse con un programa bien concebido. Cuando el Gobierno haga la lista de aquellos que recibirán la reposición de sus enseres perdidos, probablemente tampoco calificarán, porque son colombianos.
He visto a este gobierno hacer una ley para que una colombiana sea panameña, sin ser damnificada y poseedora de inmensos recursos; ¿podrá revisar la ley para que estos “colombianos” reciban 100 para los 70? Estos no esconden su procedencia.
También derramé lágrimas de impotencia.
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<> Este artículo se publicó el 25 de diciembre de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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