A propósito de la minería

La opinión de…

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María Sabina Ah Chu Sánchez

Trato a diario con metales como el platino, que sometido a un proceso se convierte en medicamento;  el mercurio, que encerrado en una cámara de cristal nos sirve para medir funciones importantes del cuerpo humano, y el zinc, que hace parte de los elementos que necesitamos para vivir.

Escribo movida por el aprecio a estos ilustres miembros del reino mineral.   El oro, el rey de los metales, ha reposado durante millones de años en las laderas montañosas de nuestro istmo.

La ilusión que produce su brillo ha llevado al ser humano, desde tiempos inmemoriales, a conseguirlo a como dé lugar. Incluso a costa de su propia vida.   Aquí podríamos rememorar historias de guerras, raptos, piratas, vidas aventureras y muertes sangrientas. Síganme, por favor, sin soltar el hilo de estas líneas, en una historia que puede ser tumultuosa en otra forma.

Como decía, para arrebatar el oro de las entrañas de la roca se ha perfeccionado un proceso laborioso y tremendamente técnico. La historia refiere algunas maneras de obtenerlo, ya por excavación de vetas subterráneas o a través del lavado de la gravilla de ciertos ríos. Pero sucede con los recursos no sostenibles, las vetas en el planeta se están agotando. En muy pocos lugares de la Tierra se puede extraer oro por lavado.   Se desarrolla la minería a cielo abierto, en extensiones de terreno en donde se comprueba la presencia de oro.   La naturaleza, sin embargo, no se deja quitar lo que le pertenece.

¿Qué hay que hacer para extraer un gramo de oro por cada tonelada de tierra y roca removida? Ese oro, que está incrustado en pequeñísimas cantidades, dispersas en grandes extensiones de tierra y roca, se obtiene mediante un proceso químico en el que se emplea otro mineral que se adhiere al oro, capturándolo, pero que no tiene su brillo, ni su gracia, y que, cumplida su misión extractora, será separado del precioso metal y eliminado.    Así es la vida, lo bonito se queda, se aprecia y se luce.    ¡Lo feo, a la basura! A mí me gustan los feos. Hablemos de uno de ellos.    Entre los metales utilizados en ese proceso está el cianuro. El oro se extrae hoy mediante el método de lixiviación con cianuro. Existe la amalgamación con mercurio, pero es menos eficiente que el anterior.

Primero se obtienen toneladas de tierra y roca en las cuales hay incluido oro en pequeñas cantidades.   Luego todo este material es rociado con una solución de cianuro para separar el oro.   En la minería moderna hay, obviamente, normas de seguridad. El proceso implica el uso de contenedores debidamente construidos para que la solución de cianuro haga su trabajo sin filtrarse hacia la tierra.

Pero díganme, ¿qué filtro, malla, capa o contenedor no tiene huecos?   Continuemos, el cianuro lixivia, es decir, lava y amalgama las partículas de oro en un proceso que toma de días a meses.   Para recuperar el producto final, hay que añadir zinc con plomo a la mezcla de cianuro con oro. Por reacción química se produce un “precipitado” que luego se funde para recuperar el oro. El cianuro se transfiere a un embalse –recordemos que está diluido– y lo diluyen aún más hasta llegar a un nivel considerado seguro para el ambiente.   En algunos proyectos, el cianuro va a una especie de estanque, en otros se recicla de manera cerrada.

Según los libros especializados en minería, siguiendo las normas laborales estrictas no hay muchos accidentes atribuibles a la absorción de cianuro entre los trabajadores de minas.   Pero, sigamos el camino de ese cianuro que fue desechado en un estanque o que se filtró por un huequito a través de la malla que lo contenía y sigue en la tierra.

El cianuro sigue reaccionando y libera metales pesados al ambiente: arsénico, antimonio, cadmio, cromo, plomo, níquel, selenio, talio, azufre. Como estos metales no son parte de lo que la mina quería “producir”,   no se sabe cuánto metal pesado de desecho se liberará en un año, o en 10.   Me pregunto: ¿cuánto se está liberando ahora mismo? ¿A dónde van a parar? La lógica me dice que la tierra, de la cual salieron, los recibe en sus capas superficiales que luego serán barridas por el viento o regadas por las lluvias, que en nuestro país son torrenciales y arrastran todo.

Los desechos de metal pesado irán al aire que respiramos, al río y al mar para encontrarse con el pez y el alga, con la rana dorada, con usted y conmigo.   Una vez entran al cuerpo, los metales pesados interactúan con nuestras células “precipitando” en pequeña cantidad nuestros propios minerales internos, reaccionando químicamente con nuestro material molecular; afectando más aquellas células que en ese instante se encontraban en división. Por ende, son más sensibles las células que se dividen más rápido, por ejemplo las de la piel, el cabello, mucosas, las sanguíneas y los espermatozoides.

Esta historia de oro y destrucción no es tan pintoresca como una aventura de piratas, pero igual que aquellas puede terminar lentamente en muerte por destrucción celular. O puede terminar con vida, si todos tomamos conciencia del problema.

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Este artículo se publicó el 23 de julio de 2010  en el diario La Prensa,  a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.