Por Sam Walter Foss
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Traducción por John A. Bennett N., en recuerdo a mi padre.
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Un día a través del bosque primaveral,
una vaca regresó a casa como deben hacerlo las buenas vacas;
pero al hacerlo dejó un sendero tortuoso, como es natural de toda vaca.
desde entonces han pasado trescientos años e infiero que la vaca ha muerto,
pero aun persiste su sendero y de allí reza la moraleja de este cuento.
El sendero lo tomó el día siguiente un perro solitario que por allí pasaba
y luego una oveja guía retomó el sendero, sobre monte y a través de valles,
y trajo consigo a su rebaño, tal como lo hacen las buenas ovejas guías.
Y desde ese día, por las lomas y los valles, a través de esos viejos bosques, se hizo una vereda
y muchos hombres siguieron la zigzagueante vereda, subiendo y bajando,
profiriendo palabreas de divina indignación al tener que seguir tan tortuososa excursión,
pero aun así la siguieron – no se rían – las primeras migraciones de esa vaca, que a través de la sinuosa vereda boscosa anduvo, pues se bamboleaba al caminar.
La vereda se convirtió en camino real, que retorcía y viraba y volvía a virar;
y este retorcido camino real se convirtió en carretera,
donde muchos fueron los jamelgos que con sus cargas,
laboraron bajo el ardiente sol, viajando tres millas en una.
Y así durante un siglo y medio, trillaron el camino de la vaca.
Los años pasaron veloces, y la carretera se convirtió en calle de pueblo;
y esto, antes que el hombre percatar pudiese, populosa vía pública de ciudad.
Y pronto fue la calle central, de renombrada metrópolis;
por la cual hombres por dos siglos y medio, siguieron el sendero de la vaca.
Cada día cien mil hombres volvían a seguir el sendero de la vaca,
todo el tráfico de un continente, siguiendo en los pasos de un rumiante.
Cien mil hombres fueron guiados por una vaca hace trescientos años muerta.
Todavía seguían ciegamente el sinuoso andar, perdiendo cien años al día;
pues tal reverencia es dada, a un establecido precedente.
Esto encierra una moraleja, si fuese yo ordenado y llamado a predicar;
pues los hombres son dados a andar a ciegas por los caminos vacunos de la mente,
y laboran de sol a sol, haciendo lo que otros hombres han hecho.
Siguen el trillado camino, de aquí allá, ida y vuelta,
apegados al errante proceder, cumpliendo la faena que otros le legaron.
Mantienen el camino como sendero iluminado, todas sus vidas a el apegados;
pero como ríen los viejos dioses del bosque, habiendo conocido a la fenecida vaca.
Cuantas cosas podría esta anécdota enseñar, pero no he sido ordenado a predicar.
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Comentarios del Traductor.
Guardo recuerdo de mi juventud, en un mundo lejano y disperso por las ventiscas del tiempo, de haber leído el cuento del Sendero de la Vaca, en la oficina de mi padre o quizá en algún cuarto de la vieja casa empedrada en la cual crecí, no recuerdo. Ahora hace muchos años que mi padre también es un recuerdo, pero un recuerdo que tiene muchas formas de hacerse presente; como el día en que mi viejo me dio a leer el cuento del Sendero de la Vaca.
Años más tarde, trabajando en un puesto público, puede apreciar el alcance de aquel cuento. ¡Con que facilidad lo burocrático se arraiga como camino santificado! aunque sus fieles seguidores no tengan la menor idea del origen y razón de semejante proceder. Prácticamente podía escuchar la risa de picardía de mi padre cuando me entregaba algún prenda recogida en el camino de su vida. Bien conocía el Sr. Foss la naturaleza humana: que para tomar una medicina hace falta mezclarla en un vaso con algo que la haga más potable. Allí lo tienen: una moraleja mezclada en un cuento de vaca, . . ¡buen provecho!
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Publicado en Facebook el 3 de julio de 2009. Reproducido con autorización del Autor.
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