‘ La abogacia: profesión de alto riesgo’.

La opinión del Abogado y Docente Universitario…

JORGE ZUÑIGA SÁNCHEZ
zuniga.js@gmail.com

El abogado ofrece al público una variada gama de servicios; sus honorarios los fija la ley, aunque se establecen en la práctica respondiendo a las leyes de la demanda y la oferta.    Si ya de por sí es difícil lidiar con problemas ajenos, presionado constantemente por el cliente, y si a eso le sumas la indolencia de los funcionarios y la incertidumbre del cobro de honorarios, a causa de ese desgaste físico, en poco tiempo terminará en un hospital o de por vida sometido a delicados tratamientos ‘anti stress’.

La relación cliente – abogado es una relación de confianza recíproca, pero si el cliente desconfía de la habilidades e integridad de su asesor, y si el abogado realiza el encargo con temor a no recibir su ‘paga’, el desenlace final quedará en manos de la suerte.   El común de la gente no contrata al abogado para que lo defienda, sino que lo busca para que ‘le mate un caso como sea’ , y si encuentra al ‘sicario de la ley’ buscado, gustoso pagarán la suma que pida. El cliente que busca una solución ‘arreglada’, a un asunto de difícil solución, inclinará su preferencia por el abogado que se jacte del ‘buen manejo’ con el funcionario, pues piensa que ese contacto es indispensable para tentarle con ‘proposiciones deshonestas’. En cierta ocasión escuchaba decir a un curtido litigante, que la gente paga sin chistear por todo lo inmerecido, y paga con regateo los honorarios del abogado. En la calle se percibe que el buen abogado no gana los casos por sus conocimientos ni habilidades profesionales, sino gracias a los contactos personales y al dinero disponible.

En otros tiempos, por el respeto dispensado al abogado, su compromiso de parcialidad profesional no le generaba ningún riesgo. Pero hoy al abogado se le ve como un aliado del ‘enemigo’, y como está en uno de los bandos, debe prepararse para las represalias. Resulta paradójico, pero he llegado a creer que bajo estas condiciones, el abogado tiene serias razones para no interesarle que el problema de la mora judicial sea superado, pues si ‘ganas’ o ‘pierdes’ el caso, lo que tienes asegurado es un gran problema. El desenlace del juicio, luego de una largo transitar termina satisfaciendo sus aspiraciones justicieras, a costa del riesgo constante de la salud y la integridad personal del abogado.

<>Artículo publicado el 3 de noviembre de 2010  en el diario El Siglo, a quienes damos,  lo mismo que al autor,  el crédito que les corresponde.
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Las «líricas» del reguetón

La opinión de….

JORGE ZÚÑIGA


La música popular es la muestra más dinámica de nuestra diversidad cultural. De las tonadas del español, fusionadas con ritmos indígenas y afrocaribeños surgió una mixtura musical que ha servido de vehículo de denuncia de las calamidades y angustias de nuestro pueblo. En las letras de una de esas piezas de la «vieja guardia», escuchamos al negro que con orgullo declara su amor por la «prieta» de sus sueños, dejando atrás los días en los que el patrón «cruzaba» a su gente como si fueran bestias de corral. En el presente nuestros jóvenes conservan sus simpatías por la «salsa» tropical y por el estridente «rock made in USA», pero, sin duda, alguna es el reguetón el ritmo que en la actualidad identifica a las nuevas generaciones del mundo globalizado moderno.

El reguetón se canta en español, posee elemento propios del «calypso» y del «reggae» jamaicano, de la guaracha y otros ritmos afrocubanos, curiosa mezcolanza musical cuya paternidad se disputan con vehemencia los trovadores del patio. Sus letras (líricas) desarrollan como tema central las penurias que se viven en los guetos urbanos, usando un pesado lenguaje soez, pero a diferencia de la música de «protesta», es incapaz de plantear reivindicaciones sociales ni siquiera una reacción cohesionada contra la opresión del sistema que critica. Son composiciones que irreverencian nuestros valores éticos, la degradación individual inspirada en la libertad y el desconocimiento de toda forma de autoridad, que para la satisfacción malsana de los jóvenes, disfrutan del rubor que causan en los adultos.

Las injusticias sociales seguirán agudizándose cada vez más, y habrá que buscar formas más agresivas para expresar sus disconformidades. El desvalor personal reinante limita la capacidad de resistencia de los jóvenes para identificar y rechazar lo nocivo. Ninguna utopía vindicatoria resurge en el panorama, con la fuerza suficiente para incitar su rebeldía por una sociedad más justa. En su ausencia, el culto a las drogas y el desenfreno que «sutilmente» propone el reguetón se anidará con facilidad en el pensamiento de la juventud, terminando validado el desprecio por la vida, la sociedad humana, y todo proyecto de superación colectiva.

Por ningún motivo se perciba en esta reflexión la prédica estéril de un beato desfazado. Como ahora todo lo prohibido entra en el campo de la libertad, dejarse llevar por el mensaje de la música elegida es una opción individual, que deberemos aprender a respetar. Sin embargo, los adultos debemos enfrentar toda expresión cultural que amenace con corromper a hijos, para asegurar nuestro relevo generacional. ¿Cosas de viejo? No; disfrutando de la música popular descubrí el placer de ser joven; de gozar con responsabilidad de un arranque de locura y de viajar con la imaginación y llegar a los mismos cielos.

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Artículo publicado el  11 de junio de 2010 en el Diario El Siglo, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

«Permiso, buenos días y esas otras tonterías»

La opinión de….

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JORGE ZÚÑIGA SÁNCHEZ

Por un momento imagínese la escena del valiente luchador que, montado a caballo, atraviesa el territorio del enemigo llevando en alto una bandera blanca.   Con este acto cesan las hostilidades, y no se le ocurra pensar que la reacción la motiva el del color del emblema, y mucho menos que por arte de magia el que la empuña queda transformado en un ser poderoso.    Por el contrario, se trata de prácticas de cortesía de vieja data inspiradas en el riguroso código de ética que respeta el guerrero que aspira la paz.

Eso explica que una vez concluida la campaña los caballeros emplearán comportamientos que reafirmarán ante el que hasta ayer fuera su mortal contrincante que no desenfundará sus armas en su contra.

Los buenos modales poseen un inconfundible sello clasista. Las mayorías prohijaron las formas de conducta de la élite, buscando obtener las ventajas que veían que se obtenían del sólo hecho de actuar como la «gente» de bien. Eran los tiempos en los que los individuos se sentían precisados a mostrarse como personas «de modales», sin importar sus carencias de fortuna.

Pero, como lo bueno está condenado a desaparecer, las personas descubrirían también que podían exigir respeto sin respetar a los demás, y surgió así la idea aceptada por muchos de que el respeto se puede imponer a los demás por medio del temor. A partir de ese momento, si saludas o te disculpas respetuosamente, estarías dando una muestra de debilidad, pues el poderoso ni el temido se disculpan ni piden permiso.

Entonces, en nuestro medio se identificará con claridad estos dos grupos: el de las mayorías, que creen que por sus atributos y cualidades personales merecen absoluto respeto, sin ofrecer nada a cambio; y el de las minorías, que insistimos en mantener vigente eso de los «buenos días» y de «permiso por favor», pues aspiramos ser mejores personas cada día.

La intolerancia es descendiente directa de la decisión equivocada de echar de lado los buenos modales. Como no se puede distinguir entre el saludo que escuda una mala intención de aquel que es un convite sincero a la paz, preferimos entonces dudar. Las calles están llenas de enemigos que ni siquiera se conocen, y que tampoco tienen razones de peso para desatar su hostilidad.

Estamos en un punto de la evolución de la humanidad en el que decidimos enfrentarnos en una batalla campal por la supervivencia, sin reglas ni réferis, en el que para nuestra desdicha no habrá ni vencedor ni vencido. Ésta es la génesis de la violencia que todos deploramos, la que a falta de frenos, terminará por arrastrar todo a su paso… y a todos.

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Artículo publicado el  23  de mayo de 2010 en el Diario El Siglo, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

«La Sufrida: La clase media»


La opinión de…..

JORGE  ZÚÑIGA  SÁNCHEZ

La dinámica de los grupos humanos se explica partiendo de la noción básica de que la sociedad está dividida en clases: trabajadores y patronos para los marxistas, y baja, media y alta, según la visión capitalista, que identifica, en términos espaciales, el lugar del individuo dentro de la cadena de producción.

Esta estratificación es la causa de los permanentes conflictos humanos, disfrutando de algunos episodios de paz y armonía, después de toda conmoción social.

En tales condiciones, el Estado liberal se ha mostrado capaz de imponer y mantener un equilibrio entre las clases originalmente divergentes, a través de construcciones jurídicas sesudamente estructuradas que legitiman la ficción de igualdad prometida.

El hecho que un 10% de la población vive en absoluta opulencia; un 40% de ella está condenada de por vida a la pobreza y al hambre, y el 50% restante lo integren los profesionales y técnicos, pequeños y medianos empresarios, junto a la gran burocracia estatal, nos permite visualizar la intensidad de los conflictos que se gestan, así como las distancias insalvables entre la élite y la marginalidad.

Sin embargo, un puesto en el tránsito fluido de la clase baja a la media y viceversa, que implica el disfrute de algunas comodidades materiales propias de la cúpula, es el premio que se ofrece a los súbditos leales al sistema.

En Panamá, a partir de la década de los 70, el acceso a la educación y el trabajo permitió un amplio compás de oportunidades de ascenso social. Sin embargo, el desinterés estatal por lo social -exhibido de los 90 en adelante- ha motivado el giro en reversa de esa movilización, la que en poco tiempo ha tomado tal celeridad, que amenaza a diario con devolver a un gran sector de la población a su punto de origen.

La clase media es en su esencia un grupo humano al que la sociedad de consumo le permite hacer propio, y sólo por breves instantes, los sueños de grandeza de las élites.

Al influjo de esta fantasía, la mayoría compromete su lealtad con tal de alcanzar sus deseos y aspiraciones.   El autobús de las oportunidades hace paradas cada vez más breves; unos que suben y otros que bajan. Lo paradójico del sistema es que logra conservar su salud aún cuando el aumento de la pobreza resulte incontenible; pero sí amenaza con hacer crisis, si se produce un escalado desmedido hacia el espacio de la clase media, pues se acercarían sin control a la cima del poder.

La crisis de la familia, la educación y la salud pública, por mencionar algunos aspectos, más que un asunto de gobierno son una consecuencia de la reacción de poderosas fuerzas oscuras, aterradas por la idea de tener que compartir con esa osada clase media el poder político y económico, tal como ocurriera en el pasado reciente.

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Artículo publicado el 1 de ,mayo de 2010 en el Diario El Siglo, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Crísis de la familia en Panamá

La opinión de….

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JORGE ZÚÑIGA SÁNCHEZ

Siguiendo la tradición bíblica, a causa de la desobediencia de Adán y Eva, la humanidad cayó en desgracia con su Creador. A consecuencia de ello, perdimos el contacto con lo espiritual; asumimos las cualidades y características que acentuaban nuestras imperfecciones, terminando dominados por nuestros sentidos. La primera familia vagó por el mundo intentando reconciliarse con los dioses, y ante su rechazo, desistiría de ese cometido y esforzándose por sobrevivir únicamente. En su condición humana, el individuo tendría que amar a la naturaleza, y conocer los valores esenciales para convivir con el grupo. Las familias crecerían y formarían clanes y tribus; surgirían las naciones, y finalmente aparecería el Estado, interesado en deshacer los sólidos nexos mágicos y de sangre que unían a la familia con sus integrantes, degradándole a su condición de núcleo garante de la reproducción natural de la especie humana. El golpe de gracia a su autoridad lo recibiría de parte de sus propios miembros, al no resistir la tentación que le hiciera el sistema, bajo la forma de la manzana de la «libertad individual».

Sólo las sociedades que rinden culto y respeto a la familia son capaces de proponerse y alcanzar grandes metas de superación colectiva. La vida en familia ofrece al hombre la oportunidad de sobredimensionarse: los jóvenes son el presente; los mayores nos atan al pasado, y los niños son la llave al futuro. Así que desde el momento en que la sociedad perdió su conexión con el tiempo y el espacio, comenzó a navegar a la deriva, sin importar los esfuerzos del Estado. A resumidas cuentas, no sabrá decir si la crisis de la familia es la resulta de la crisis de la sociedad o viceversa.

En tiempos de incertidumbre, la importancia que los panameños asignemos a la familia panameña debe revisar nuestras tradiciones y costumbres, y no el reflejo de la ciencia ni de la ley. El prototipo del hombre panameño del siglo XXI nace de la unión entre etnias y culturas diferentes, y lucha en desventaja por hacer propio el territorio que habitaron sus ancestros.

Esta misión histórica debe hacer de la familia la guarda de la panameñidad, concepto que debe incluir el fortalecimiento de la familia, el amor por esta tierra, el respeto por las instituciones democráticas, la dignidad humana y la responsabilidad individual. Sorprende que la educación convencional nos prepara para metas egoístas, la vida servil, el individualismo a ultranzas y, precisamente, la desvinculación del hombre a la familia.

Los gobernantes y gobernados apelamos a la fuerza renovadora de la familia, como quien invoca un poder que habita en los universos de lo idílico y lo anecdótico. Pero, ¿cree Ud. que de padres irresponsables aparezcan buenos ciudadanos; que de hijos desconsiderados surjan hombres honestos; y que de aspiraciones de hombres egoístas podamos construir un país?

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Artículo publicado el 1 de abril de 2010 en el diario El Siglo, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

El final del Ministerio Público

La opinión de….

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JORGE ZÚÑIGA SÁNCHEZ

La comunidad no duda que en la designación de los procuradores y magistrados inciden factores de orden político, y que en el desenlace final del proceso que se le sigue a la procuradora ese nefasto influjo será determinante. Como es frecuente, los medios de comunicación han fomentado un encendido debate en el que unos cuestionan la intervención oficial en el asunto y otros colocan al gobierno al margen de los resultados, sin medir que el asunto puede perder relevancia, al introducirlo a las turbulentas aguas de la politiquería patria.

El orden constitucional vigente basado en la Constitución de 1972 en su momento legitimó el poder asentado en la Guardia Nacional, y para sustraerla del control de tribunales y fiscales concibió al Órgano Judicial y al Ministerio Público, en función procesal vinculados a la función de administrar justicia;  y también toleró niveles de injerencia directa del Ejecutivo, asegurando cierto equilibrio mediante un sistema de contrapesos jurídicos, cuya relativa eficacia y práctica facilitaba que el Ejecutivo y el Legislativo impusieran, sin mayor resistencia, su voluntad política sobre el sector justicia.

Paradójicamente ese modelo autoritario mantiene su vigencia en tiempos de democracia, coyuntura en la que se creó la Dirección de Investigación Judicial, la Defensoría del Pueblo y el Zar Anti Corrupción; se establecieron los mecanismos de fiscalización ciudadana, y se aprobó el Código Procesal Penal, instrumento legal que en lo teórico sobredimensiona el papel político jurídico del Órgano Judicial en la justicia penal, desmontándose el andamiaje orgánico del Ministerio Público, reducido a asesorar a los investigadores y a requerir la justicia.   A consecuencia de estos cambios, el poder represivo que desde 1990 —y por accidente— cayó en las manos del Ministerio Público, quien lo ejerció para dirimir conflictos políticos, peligrosamente podría volver a las manos de las instituciones de seguridad pública, sin que sea suficiente para la tranquilidad ciudadana y la institucionalidad democrática que el Órgano Judicial salvaguarde el control legal de su ejercicio.

El debilitamiento orgánico y funcional del Ministerio Público es absoluto, y su eventual recuperación no está condicionada al resultado del proceso contra la procuradora. Dada su degradación operativa, no complacería las exigencias de ningún aliado ni concitaría arreglos de última hora, con el agravante de que sea cual sea el destino del proceso se concluirá que fue el resultado de una movida política, y no el consenso imparcial entre los magistrados. El juicio de un procurador se estrenó en 1992; hoy, desde las graderías populares, observamos la agonía del Ministerio Público, que debió haber sido silenciosa, pero que con el enjuiciamiento de su titular, a última hora se tornó traumática y escandalosa.

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Publicado el  18  de enero de 2010 en el Diario El Siglo, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Reformas a la ley de la abogacía

Reformas a la ley de la abogacía
Por:
Jorge Zúñiga Sánchez – Abogado, Docente, Escritor..
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El proyecto de ley que “Regula la Profesión de Abogado”, entró a primer debate en la Asamblea Nacional, enfrentando recia oposición de estudiantes y abogados. La confusa redacción con la que el CNA se asegura el control privativo del ejercicio de la abogacía, la acreditación académica como nuevo requisito para alcanzar la idoneidad profesional, y la posibilidad de que letrados extranjeros ejerzan en nuestro país, son sólo algunos de los puntos conflictivos con los que esa ambiciosa iniciativa se asegura el naufragio en las tempestuosas aguas del Legislativo.

Se discute si las universidades privadas en Panamá lanzan al mercado laboral un profesional del derecho con una adecuada formación académica, pero por respeto a la “libertad empresarial” no se nos ocurriría demandar con energía la clausura del negocio de la enseñanza superior.

Muchos de los remedios propuestos en el proyecto persiguen un propósito reparador, a través del fortalecimiento de la relación privada “cliente-abogado”, colocando el engrandecimiento de la profesión de la abogacía en posición accesoria, y lo que es peor, se excluye de la temática por regular los intereses del abogado que labora al servicio del Estado. Preocupa este vacío, por llamarle de alguna forma a esa deliberada omisión, pues a pesar de que en democracia la importancia de los abogados del sector público está fuera de discusión, carecemos de una adecuada protección jurídica en los temas laboral y económico, área en el que el proyecto comentado es pródigo con los intereses del abogado del sector privado.

Participamos del interés por su sobrada justeza, en que exista una tarifa de honorarios profesionales aplicable a la práctica privada, pero deploramos que la equiparación salarial de los abogados oficiales, no le inspire una sola línea dentro del proyecto. Pasa lo mismo con el tema de la estabilidad laboral, pues, a diferencia de los médicos y educadores, la continuidad en los puestos públicos dependen de los vaivenes de la política electoral. Tengo que admitir que forcé la oportunidad de expresar estas opiniones ante los directivos del CNA; sin embargo, opino que las reivindicaciones de los abogados públicos no se abordaron para evitar fricciones con los gobernantes y la escasa capacidad de convocatoria a la lucha de la dirigencia abogadil.

Publicado el 3 de junio de 2009 en el diario el Panamá América