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La opinión de…
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Arturo Rebollón Hernández –
Érase una vez un país donde sus habitantes solían ser alegres y confiados de que tenían en sus casas, directamente del acueducto, la mejor agua del mundo, era barata, limpia, insabora, incolora, libre de bacterias, que parecía bajada de un manantial del mismo cielo y era la admiración de los viajeros provenientes de cientos de países donde el disfrute de este privilegio no alcanzaban ni a imaginar.
Aquellos mismos habitantes desconocían la procedencia, cuidados ni el amor que se requerían para mantener la fuente de aquella agua maravillosa y la descuidaron, abusaron de la cuenca que la recogía, la deforestaron, la potrerizaron, la poblaron y enviaron desechos al río que encauzaba esa agua, las autoridades que tenían entre sus funciones la preservación del medio ambiente, con una negligente e insípida presencia fueron incapaces de verificar el cumplimiento de los controles más elementales.
Ante tanto desdén y desprecio por el beneficio sin par que había otorgado a sus habitantes y cuando nadie lo esperaba, la madre naturaleza descargó su furia y tiñó de lodo aquella prístina agua, utilizando todos los residuos que las depredaciones de los propios habitantes y beneficiarios habían provocado en aquella cuenca otrora origen de agua pura.
El flujo incontrolable de desperdicios, sedimentos de erosiones, hizo sentir a estos habitantes una total indefensión al ver contaminado el cuerpo de agua donde funcionan las tomas de agua, totalmente tupidos los filtros con los residuos de fino lodo en suspensión como nunca antes había ocurrido.
El caos fue generalizado, el agua barata y pura de repente dejó de serlo y tuvieron que descender del cielo donde vivían sin saberlo y enfrentar los problemas cotidianos de escasez y contaminación del agua que sufren los otros mortales en el resto de los países.
El agua irrisoriamente barata y pura quedará para la historia, porque ha pasado más de un mes y no se ha podido solucionar el problema y como una crónica anunciada presagia futuros eventos similares en la próxima estación lluviosa, lo cierto es nunca más se podrá dar por descontado la pureza de su agua.
Si no se toman medidas preventivas urgentes; si las autoridades se decidieran a hacer su trabajo, a ubicar los orígenes y causas de estos deslaves de lodo y obligar a los propietarios o usuarios de esas tierras a mitigarlos, a arborizar lo que deforestaron, a retirar las viviendas a las orillas del río aguas arriba, solo entonces podrían devolver la esperanza en ese país de los cuentos de volver a disfrutar de una agua barata, pura y confiable.
Cualquier similitud con un país llamado Panamá es mera coincidencia.
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Este artículo se publicó el 25 de enero de 2011 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
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