Chitré, crecimiento y desarrollo

La opinión de….

Milcíades Pinzón Rodríguez

A diario escucho decir que Chitré está creciendo, y no lo pongo en duda; lo que me pregunto es si esa tendencia puede ser llamada desarrollo. El primero de los vocablos recoge aspectos de índole cuantitativa, mientras que el segundo coloca el énfasis en la calidad de vida; porque todo desarrollo implica un crecimiento, pero no todo crecimiento es desarrollo. Por eso, y desde mi particular punto de vista, pienso que debe preocuparnos lo que acontece en la capital herrerana.

Al parecer existe un espejismo en esos guarismos que pregonan que Chitré ha logrado algún grado de avance en la última década. Porque a diferencia de tiempos idos (gran parte del Siglo XX), cuando la influencia externa se hizo carne en la vida del hombre que habitaba Chitré, no acontece lo mismo en los actuales momento.

Me refiero a que desde el Siglo XIX los extranjeros (franceses, alemanes, italianos, etc.) contribuyeron a posicionar la tierra adoptiva del padre Melitón Martín y Villalta. Gracias a ese empeño forastero, y a diferencia de otras comunidades del entorno, la capital herrerana logró asumir el capitalismo como un sistema económico que le permitió catapultarse como centro comercial de las provincias centrales.

Hay que comprender que las minorías étnicas de antaño, contrario a lo que acontece contemporáneamente, terminaron por ser asimiladas por la pueblerina cultura que moraba “en la otra banda del río”. Tómese en consideración que la reciente modernidad acoge el influjo de un capital que responde a consorcios nacionales y extranjeros y que, a la postre, no implica necesariamente una fusión con los grupos humanos que pueblan la zona. Pienso que se trata más bien de una superposición de intereses mercuriales que desplazan al capital nativo y que a la larga tendrá su secuela en los hábitos laborales, festivos y, en general, culturales de la chitreanidad.

Otro elemento estructural del análisis del “desarrollo” chitreano, implica el tomar conciencia de cómo el indicado crecimiento no se enmarca en una estrategia de desarrollo regional, peninsular, santeña o herrerana; porque en el fondo la península no sabe qué quiere ni a dónde va. Por este motivo el crecimiento es “peligroso” para Chitré y la región; porque la ilusión contemporánea puede trocarse en el dolor de cabeza del mañana. Por ejemplo, piense usted cómo la pequeña urbe herrerana atraerá junto a ella, como ya está aconteciendo, a un creciente flujo de inmigrantes que terminarán por poblar la periferia de la ciudad, demandar un conjunto de servicios gubernamentales y, de paso, acelerar la crisis en una comuna que no ha superado los esquemas administrativos de la primera mitad de la vigésima centuria.

En el último lustro esos aspectos pretendidamente cualitativos se expresan (metafóricamente) en lo que podríamos definir como la “semaforización” y “hamburguerización” de Chitré.   Quiero decir que la ingenuidad de la perspectiva reinante conduce a creer que el poblado avanza, porque la ciudad tiene dos semáforos y las empresas comerciales de alimentos venden hamburguesas y una que otra edificación rompe con la monotonía de la casa de quincha, como si ésta fuera una rémora del ayer que necesitamos erradicar.

Nadie desconoce que vivimos tiempos difíciles y de cambios acelerados; es decir, de aldea global y de modernización. Pero sería igualmente candoroso pretender que Chitré se amuralle para impedir el avance de la nueva era; porque ya esa cultura del erizo ha provocado no pocos retrocesos en el desarrollo regional. No es casual que los ejemplos azuerenses más paradigmáticos de la transformación regional estén representados por dos estilos de crecimiento: el chitreano y el pedasieño. Núcleo urbano y comercial, el primero, y desafío del turismo, el segundo. Ambas propuestas tienen que ser pensadas en sus aciertos e implicaciones para el resto de la región y, particularmente, para la actividad agraria y ganadera que ha sido el sustento histórico de la población. Y todo ello sin que aquí entremos a considerar la aberración que representa la minería en la zona de “montaña”.

Pensando en los desafíos modernos y sin negar los beneficios que pudiera promover un capital bien invertido, la realidad parece sugerir que sin planificación del desarrollo, y sin que los frutos de ese crecimiento logren permear a los diversos estratos sociales, lo que acontece en la capital herrerana podría acarrear serias implicaciones en la base de la pirámide social azuerense. Es decir, si prosigue la actual tendencia Chitré crecerá, pero no se desarrollará. Y se repetirá en Herrera la triste historia de la capital republicana, mucho crecimiento y poco desarrollo, con edificios que la gente de El Ñuco y El Tijera sólo los mirarán al pasar.

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<> Este artículo se publicó el 22  de octubre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.
Más artículos del autor en: https://panaletras.wordpress.com/category/pinzon-r-milciades/

Ofelia Hooper Polo y el cooperativismo

Gracias a la colaboración del Sociólogo, Educador e Investigador…

Milciades Pinzón R.

El próximo 13 de noviembre de 2010 se cumplirán ciento diez años del natalicio de Ofelia Hooper Polo, la destacada herrerana que contribuyera a sentar las bases del movimiento cooperativista nacional. Sin duda no fue la única pionera en estos menesteres, pero su apoyo representó un aporte fundamental para alcanzar los logros organizativos que tienen su antecedente en la junta campesina istmeña y en la visión inglesa de la “Callejuela del Sapo”.

Este año es importante para el cooperativismo nacional, no sólo porque en el primer sábado del mes de julio otra vez nos reuniremos para conmemorar el Día Internacional de las Cooperativas, sino porque la fecha de nacimiento de Ofelia María Hooper Polo (13/XI/1900 – 13/XI/2010) se me antoja como una inflexión histórica que podría propiciar una serena reflexión sobre la trayectoria del movimiento cooperativista nacional.

El tiempo histórico de la Señorita Ofelia dista mucho de ser el de nuestra época, pero sin duda ha de existir un hilo conductor que nos una, cual cordón umbilical, a los ideales que fueron parte de la vida de la primera socióloga rural del Istmo. Tal vez ese enlace radique en la filosofía que guió sus pasos y que no tiene por qué diferir de la contemporánea. Y creo que es en este punto, en la posibilidad de no haber sido del todo fieles a los principios fundamentales del cooperativismo, en donde ha de recaer la cavilación sensata de quienes se agitan en los menesteres de la cooperación institucionalizada.

Nadie duda que en la pasada centuria las cooperativas lograron un crecimiento cuya magnitud quizás no avizoraron los zapadores del movimiento nacional. Ahora se manejan cifras millonarias y las estructuras físicas hablan de un movimiento pujante y en expansión. Al parecer ser cooperativista se ha vuelto moneda corriente, como si ingresáramos a un club social, de los tantos que pululan por la geografía nacional. Los guarismos confirman lo que afirmamos, pero dicen poco sobre los aspectos cualitativos de esa filosofía primigenia que fue el basamento del movimiento cooperativista.

Pienso que congregar a miles de cooperativistas cada año, para conmemorar el Día Internacional de las Cooperativas, de alguna manera es un tributo al esfuerzo de los pioneros como la Señorita Ofelia, pero no es suficiente. En verdad, a lo que tenemos que “meterle el diente” no es a la rumba o al desfile cooperativista, sino a los desafíos cualitativos del movimiento. Porque no obstante ser las cooperativas empresas que laboran dentro del “sistema” y que, por lo mismo no representan una amenaza al mismo, indebidamente son vistas como “competencia desleal”, según algunos representantes de la banca nacional. Sin descartar los temores que surgen en la disputa por el mercado (que en el fondo es el meollo de la cuestión), creo que el peligro no estriba únicamente en la variable exógena. Debemos admitir que también existe otra amenaza dentro del propio movimiento cooperativista. A saber, la de terminar por creerse una “banca para los pobres” y no, como debería ser, una “banca de los pobres”.

Sumado a lo anterior debemos ponderar otro rasgo cualitativo. Me refiero a cómo hacer para que la expansión cuantitativa de los asociados no se trastoque en una pérdida de “la llave de oro” del cooperativismo. En efecto, la educación como herramienta de liberación y de conciencia social, muchas veces ha quedado mediatizada por una política que termina por desconocer que el grueso de los nuevos asociados (que ingresaron para tener acceso al crédito), parecen no distinguen entre la “banca privada” y la nueva empresa que les cobija. La discusión de esta temática nos lleva al meollo del asunto, es decir, a la necesidad de fortalecer la democracia como forma de participación real, alejada de las prácticas de la desprestigiada política criolla.

Admitamos, que si el cooperativismo es un movimiento que aglutina los sectores populares y de clase media, su quehacer ha de ser fiel a esos estratos populares, no sólo como “solución” a sus apremios financieros, sino como impulsor de una forma de vida que se centra en los deseos de redención colectiva.

Ojalá que al conmemorar otro aniversario del natalicio de Ofelia Hooper Polo, hayamos madurado suficientemente como para entender que es necesario repensar y actuar para enfrentar algunos rasgos del “cooperativismo ligth”, que ya hace de las suyas. Esta tendencia, la de un cooperativismo “bancario” y deshumanizante, de no detenerla a tiempo terminará por corroer las bases del movimiento.

Enfrentar nuestros contemporáneos entuertos cooperativistas es un desafío que no debe ser postergado. Y acaso sea este el más hermoso y sentido homenaje que podríamos tributar a la mujer que desde la Tierra del Ñuco supo ser orejana y cooperativista. Entonces, y sólo entonces, el cooperativismo nacional habrá alcanzado la madurez suficiente para conmemorar, como Dios manda, el Día Mundial de las Cooperativas.

mpr…

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Artículo publicado en ÁGORA Y TOTUMA # 271, en http://www.sociologiadeazuero.net/    y enviado el 1 de julio de 2010 a Panaletras por el autor, a quien damos todo el crédito que le corresponde.

El leonismo guarareño

La opinión de…

Milciades Pinzón Rodriguez 


Hasta la saciedad se ha afirmado que el país vive una crisis de valores y no porque ello se repita cansonamente se ha de lograr que el entorno deje de ser adverso. Lo curioso, sin embargo, radica en comprender que durante ese mismo lapso de tiempo la economía florece como el guayacán en el mes de marzo. En efecto, mientras en el plano de los valores las noticias no son halagadoras, Panamá luce un envidiable panorama económico, al menos en el plano de los indicadores macroeconómicos, porque otro cantar encontramos en lo atinente a la distribución equitativa de la riqueza.

A lo que voy es que mientras algunos politicastros de viejas y nuevas triquiñuelas se empeñan en fastidiarnos la vida, el grueso de los panameños estamos demasiados ocupados en construir la nación. Y traigo este tópico a la palestra porque ya es hora que los istmeños comencemos a hablar de nuestras virtudes, del Panamá que se aleja de las veleidades de la política criolla y que condena la pose estudiada que esconde un academicismo epidérmico o un liderazgo centrado en el retintín de las monedas.

Uno de estos ejemplos de estoicismo acaece en Guararé. Porque han de saber que durante sesenta años, desde el 6 de junio de 1950, una organización comunitaria guarareña ha tenido el coraje de mantenerse en pie para acompañar a la población en sus luchas y afanes colectivos. En efecto, el Club de Leones de Guararé, es un ejemplo de perseverancia, de relevo generacional y de compromiso popular.

Durante seis décadas continuas, la organización que se inspira en la que creó Melvin Jones en Estados Unidos de Norteamérica, se ha hecho mejorana y guarapo campesino en mi pueblo natal. Soy testigo, sin ser león, de ese trajín de quienes se reúnen religiosamente, no obstante sus diferencias político-partidistas. Estamos ante un ejemplo concreto del mejor de los diálogos y la mejor de las concertaciones de la sociedad civil.

Los leones guarareños han hecho realidad un intercambio de opiniones, que pueden ser divergentes, pero que al final convergen en un punto común. Este grupo de panameños ha comprendido que es necesario compartir un proyecto colectivo, que el liderazgo comunitario tiene que hacerse visible, como la “pella” que en la junta de embarra se adhiere a la “jaula” de la casa de quincha, porque es el producto de los afanes de la junta campesina.

La Biblioteca Pública Virgilio Angulo (educador que también fue León) es el ejemplo más excelso del caminar de los leones guarareños. Este edificio, sin grandes pretensiones arquitectónicas pero imbuido de buenas intenciones, es la expresión más emblemática de la visión leonística en la tierra de Bibiana Pérez y Manuel F. Zárate. Apostar por la educación de nuestra juventud es un verdadero acto de amor y de solidaridad para con la inteligencia del hombre santeño. Esos jóvenes nuestros que necesitan algo más que fiestas y bebitas embriagantes para trazarse sus propios derroteros.

Podría en este instante elaborar una larga lista de aportes ciudadanos de quienes hacen patria desde Guararé, pero no es el caso hacerlo. Pienso que lo que hay que ponderar es la constancia del Club de Leones de Guararé. La fe inquebrantable en la panameñidad; ese creer en nosotros mismos y comprender que Panamá, además de crecimiento económico, necesita desarrollo social; con organizaciones que acompañen a la población en su andar por el mundo.

“Nosotros servimos”, dice el lema leonísitico. Las seis décadas ininterrumpidas así lo comprueban. Surgido un año después de la creación del Festival Nacional de La Mejorana, el Club de Leones de Guararé es otra institución que ha proyectado, como el Festival, una imagen renovadora y de confianza en nuestro destino como colectividad.

Me alegro por los Leones, por mi pueblo y por mi nación. Y que continúen, junto a sus “domadoras”, rugiendo desde la Tierra de La Mejorana.

mpr…

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Artículo publicado en ÁGORA Y TOTUMA # 271  y enviado el 1 de julio de 2010 a Panaletras por el autor, a quien damos todo el crédito que le corresponde

Creer en nosotros mismos

La opinión de….

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Milcíades Pinzón Rodríguez

Hasta la saciedad se ha afirmado que el país vive una crisis de valores y no porque ello se repita cansonamente se ha de lograr que el entorno deje de ser adverso. Lo curioso, sin embargo, radica en comprender que durante ese mismo lapso de tiempo la economía florece como el guayacán en el mes de marzo. En efecto, mientras en el plano de los valores las noticias no son halagadoras, Panamá luce un envidiable panorama económico, al menos en el plano de los indicadores macroeconómicos, porque otro cantar encontramos en lo atinente a la distribución equitativa de la riqueza.

A lo que voy es que mientras algunos politicastros de viejas y nuevas triquiñuelas se empeñan en fastidiarnos la vida, el grueso de los panameños estamos demasiado ocupados en construir la Nación.

Y traigo este tópico a la palestra porque ya es hora de que los istmeños comencemos a hablar de nuestras virtudes, del Panamá que se aleja de las veleidades de la política criolla y que condena la pose estudiada que esconde un academicismo epidérmico o un liderazgo centrado en el retintín de las monedas.

Uno de estos ejemplos de estoicismo acaece en Guararé. Porque han de saber que durante 60 años, desde el 6 de junio de 1950, una organización comunitaria guarareña ha tenido el coraje de mantenerse en pie para acompañar a la población en sus luchas y afanes colectivos. En efecto, el Club de Leones de Guararé es un ejemplo de perseverancia, de relevo generacional y de compromiso popular.

Durante seis décadas continuas, la organización que se inspira en la que creó Melvin Jones en Estados Unidos de Norteamérica se ha hecho mejorana y guarapo campesino en mi pueblo natal.

Soy testigo, sin ser león, de ese trajín de quienes se reúnen religiosamente, no obstante sus diferencias político–partidistas. Estamos ante un ejemplo concreto del mejor de los diálogos y la mejor de las concertaciones de la sociedad civil. Los leones guarareños han hecho realidad un intercambio de opiniones, que pueden ser divergentes, pero que al final convergen en un punto común. Estos panameños han comprendido que es necesario compartir un proyecto colectivo, que el liderazgo comunitario tiene que hacerse visible, como la “pella” que en la junta de embarra se adhiere a la “jaula” de la casa de quincha, porque es el producto de los afanes de la junta campesina.

La Biblioteca Pública Virgilio Angulo (educador que también fue león) es el ejemplo más excelso del caminar de los leones guarareños. Este edificio, sin grandes pretensiones arquitectónicas pero imbuido de buenas intenciones, es la expresión más emblemática de la visión leonística en la tierra de Bibiana Pérez y Manuel F. Zárate. Apostar por la educación de nuestra juventud es un verdadero acto de amor y de solidaridad para con la inteligencia del hombre santeño. Esos jóvenes nuestros que necesitan algo más que fiestas y bebidas embriagantes para trazarse sus propios derroteros.

Podría en este instante elaborar una larga lista de aportes ciudadanos de quienes hacen patria desde Guararé, pero no es el caso hacerlo. Pienso que lo que hay que ponderar es la constancia. La fe inquebrantable en la panameñidad; ese creer en nosotros mismos y comprender que Panamá, además de crecimiento económico, necesita desarrollo social; con organizaciones que acompañen a la población en su andar por el mundo.

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Este artículo se publico el 14 de junio de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que a l autor,  todo el crédito que les corresponde.

Cultura del jardín y los jorones

La opinión de……

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Milcíades Pinzón Rodríguez


Llamo cultura del jardín a ese conjunto de prácticas y tradiciones sociales que se han estructurado en torno al lugar en donde se divierten y bailan los interioranos. En otro momento los jardines también han sido denominados jorones, aunque el uso de este último vocablo ya no parece gozar del reconocimiento popular. Desde la óptica de la sociología, la antropología cultural y la psicología social, el tópico es de suyo interesante porque permite ver el problema del ocio como una temática digna de análisis e incluso como una manifestación no exenta de patología social.

Lo primero que llama la atención es que llamemos jardines a las salas de baile, como si las mismas fueran un vergel, un espacio en el que abundasen las flores. A menos que, metafóricamente, las concibamos como el sitio en donde, por la abundancia de las mujeres que a ellos acuden, el lugar se asemeje a un hermoso edén de flores del campo;  jardín de orejanas, diríamos. Pero hasta allí llega mi afiebrada imaginación, porque bien sé que la situación no es precisamente una cuestión de poetas y de romanticismo decadente.

En la cultura orejana el jardín siempre fue un asunto de pueblo; de sectores campesinos que se sentían excluidos de los bailes de salón en las solariegas casas de los grupos dominantes, o con pretensiones de ello, y que casi siempre se levantaban en los principales poblados.  Seguramente el actual jardín primero fue una covacha, una enramada con su amasijo de pencas sobre soportes de guácimo u otro árbol que permitía emular los “refinados” salones de la crem, como llamaba nuestra gente a los sectores hegemónicos. Al final, el crecimiento demográfico y la comercialización hicieron el resto y ese rústico lugar de esparcimiento terminó por evolucionar hacia lo que hoy tenemos: el jardín como una empresa rentable que administra el empresario de fiestas.

El fenómeno a que hago referencia comienza su transformación hacia los años 30 y 40 del siglo XX, de la mano de rol de los violines y luego del acordeón. Pienso que en algún momento la democratización y la educación impulsaron esa apertura festiva hacia un lugar menos excluyente.   Incluso el diseño arquitectónico de las salas de bailes luego se modifica para dar cobijo a los diversos grupos que integran la sociedad.   Esta es una fase importante de la historia de los lugares de diversión interioranos, porque nos encontramos con salas abiertas y sin restricciones en la que se divierte el ganadero, el peón, el agricultor, el comerciante y la muchacha casadera.

Hay otro aspecto fundamental a tomar en consideración. Me refiero a que el triunfo de los acordeones, en especial desde los años 50, hace comprender a las distribuidoras de licores que disponen de un rico filón para sus negocios. Muchas veces patrocinados por tales empresas, el jardín y los jorones comienzan a pulular por los campos (con cantinas y todo lo demás), para entrar a la fase en la que nos encontramos y que interesa en este escrito. En este punto llama mucho la atención que las actuales salas de bailes hayan regresado a una etapa que ya habían superado. Nótese que otra vez los famosos jardines se cierran al público, incluso con alambrados que detienen el paso del parroquiano. “Pague si quiere entrar”, pregona la cerca. Lo que pasa es que la antigua crem ya perdió su abolengo, aunque el dios Mercurio continúa incólume.   Dicho de otra manera, la reinante cultura del potrero se hace fiesta; se transmuta en el plano festivo en la cultura del jardín.

Lo anterior no tendría implicación sociológica si la práctica social del jardín no tuviera sus repercusiones sobre la convivencia social del orejano.   Porque si bien el jardín del ayer fue un lugar para una diversión casi siempre sana, durante el hoy se constituye en un problema que corroe los fundamentos de la sana socialización del hombre del campo.   En efecto, miles de paisanos viven atrapados en la cultura del jardín, literalmente presos en un mundo que no les permite avizorar otras formas de diversión y de realización personal.   Los jóvenes son los más vulnerables, porque acuden a estos lugares para escapar del atosigamiento rutinario de una sociedad con escasos horizontes culturales.   Sin duda el mundo académico debería prestar más atención a estos aspectos que constituyen la patología social del jardín.

En verdad, una sociedad sana no puede constituirse sobre esta cultura de la jarana, porque al hacerlo camina peligrosamente hacia aspectos patológicos.   El ocio es un derecho del ser humano y la diversión forma parte del uso que le podemos dar al tiempo libre. Pero una cosa es la distracción luego del trabajo honrado y otra muy distante el no tener otra opción festiva que formar parte de la cultura del jardín; no pocas veces encerrado entre seco, cervezas, cuerpos sudorosos y vómito de borrachos.

La abundancia de salas de baile es una plaga interiorana, una burla al futuro que puedan tener nuestros hijos y otra muestra del abandono histórico en el que siempre hemos vivido; así como de la involución social que experimentan algunas instituciones campesinas (cantaderas, matanzas, carnavales, etc.).  Huelga decir que no estoy en contra del jardín como institución recreativa, como empresa social y mercurial, pero me resulta repulsivo que nuestra gente tenga que consumir su vida dentro de un mundo como el descrito.

En este punto cabe perfectamente la advertencia que mi amigo Tite Vásquez hizo a una linda guarareña con la que, infructuosamente, intentaba bailar en las salas de diversión de antaño.   Estoy tentado a exclamar con él: “Para Lulo, que vamos mal”.

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Publicado  el   16  de  enero  de 2010  en   el  Diario  La  Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Navidad panameña , entre lo ‘light’ y lo orejano

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La opinion de…..

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Milcíades Pinzón Rodríguez

Importa en este momento interrogarnos sobre el sentido de nuestra Navidad, sobre lo que ha acontecido con ella desde la segunda mitad del siglo XX, porque indudablemente algo ha desnaturalizado sus esencias. Sobre este tema hay dos dimensiones del fenómeno: los aspectos aparenciales de la misma y aquellos otros que guardan relación con el significado trascendente del acontecimiento.

Lo primero que conviene subrayar es cómo el fenómeno de secularización (de cambios sociales y culturales) ha arrinconando no sólo la fase del adviento navideño, sino que su influjo se prolonga más allá de la fecha del nacimiento del Redentor.

En la fecha asistimos a una lluvia de estímulos sensoriales que atiborran el pensamiento del hombre y que le impulsan hacia un consumismo frenético y desbocado.

Al parecer la Navidad tradicional ha sido desplazada por otra propia de un hombre de naturaleza light, quien al contrario de los tiempos pretéritos, la percibe como una festividad que tiene como portaestandarte el pino importado y la figura bonachona de Santa Claus.

La nuestra es una Navidad pragmática, epidérmica y hedonista.

En diciembre este hombre quiere “gozar” del nacimiento del Señor, pero ese disfrute se entiende como el consumo de alimentos y de bebidas embriagantes. Esto también explica la borrachera de música que escuchamos en Panamá, una vez que traspasamos el “mes de la Patria”.   En este punto hay otros aspectos que conviene dilucidar.  Me refiero no sólo a los exotismos de ascendencia inglesa, sino a una Navidad que en nuestro país se ha tornado caribeña y, para más señal puertorriqueña.

Quiero decir que lo jibarito se ha tomado lo orejano en la misma medida que las tendencias anglófilas han herido de muerte a los villancicos de los campos.  Incluso la música de acordeones y las cantaderas no están exentas de ese influjo desnaturalizador.

Este trastoque de valores y aculturización se ha venido dando en nuestro país con mayor grado de incidencia desde los años 70 de la pasada centuria; décadas cuando la radio y la televisión ampliaron su cobertura nacional e impusieron la Barbie sobre la muñeca de trapo, los juegos intergalácticos sobre la “yuntita de bueyes”.

Desde entonces el panameño sueña con navidades nórdicas en un país tórrido. Y estamos ante un hecho social que trasciende la cuestión de clases sociales o de área geográfica en la que se habite, porque da igual vivir en Morro de Puerco que en Punta Paitilla; igual el istmeño abandona su creatividad de 400 años de quehacer cultural para vivir el inefable placer de sentirse, culturalmente hablando, parte constitutiva de un pesebre desechable y abochornado de los “cachitos” de los antiguos bosques.

Me parece que en toda esta barahúnda de cambios sociales y económicos, así como de “Navidad a la panameña”, late algo medular, más profundo que un simple cambio de hábitos sociales. La celebración de la festividad del Redentor, por mecanismos tan carentes de contenido, está poniendo en evidencia el profundo hueco existencial al que se asoma el panameño promedio.

No sólo es una crisis de identidad nacional, expresa la carencia de un proyecto existencial como Nación, la ausencia de derroteros y la existencia de un istmeño que no ha encontrado su proyecto de vida. Vida individual y grupal en la que se acude al llamado de la fiesta para acallar la angustia interior que generan esos vacíos que de otra manera se convierten en incómodos silencios.

Si los almacenes y centros comerciales se atiborran de compradores, será porque algo buscamos que no encontramos entre la ropa, los perfumes y otras chucherías o baratijas contemporáneas.

Es una lástima, porque la verdadera Navidad se esfuma entre el pavo y el jamón, el ron ponche y los pequeños foquitos que con su titilar parecen advertirnos lo distante que nos encontramos de las navidades de antaño; esas que eran orejanas, panameñas y cargadas de humanidad.

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Publicado el  12 de diciembre de 2009 en el diario LA PRENSA, a  quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

Alisios, bocanadas celestiales

 

La opinión de…..

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Milciades Pinzón Rodríguez
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Siempre me he preguntado sobre el misterio que esconden estos vientos alisios,  que en noviembre renuevan viejas aspiraciones y acongojan al alma.  Y pienso que el asunto no es tan solo de cambio de estación, ni de la llegada de la Navidad o del inicio del año.  En verdad, hay algo más profundo que late en toda esta compleja conducta cultural del hombre que mora; pongamos por caso, en las provincias interioranas, cuando se ve sometido al encanto de estas bocanadas de la naturaleza.

Pienso que estos céfiros tienen algo de soplo divino que se atreve a tentar lo más recóndito de nuestra vida espiritual. Porque, en efecto, el asunto no involucra las facetas materialistas de la vida, sino que incursiona en los insondables arcanos de un ser que, como el hombre, es capaz por su fina sensibilidad de trascender su propia miseria física y lograr una especie de comunión espiritual con la deidad, cualesquiera sea la forma que esta pueda asumir.

Me parece que hay como una parada en el camino, como si ese hálito nos obligara a repensar la ruta de la vida y la brisa fuera un tónico para reconfortar el alma. Entonces, irremediablemente, los espíritus se apoderan y posesionan de nuestro cuerpo para pensar en los nuestros, con aquellos que hemos amado y compartido nuestro andar por el mundo.

¡Ah!, qué período tan hermoso este de finales de noviembre y transcurso de diciembre; con lluvias dispersas y esos madroños que en la soledad de los campos se visten de novias blancas de la naturaleza. Pienso que nuestra gente lo disfruta a plenitud, aunque a veces asome una que otra congoja cuando esa brisa se pasea entre la copa de los árboles y los cerros pelones dejan volar sus pocas crenchas que los ocasos conviertan en un espectáculo luminoso de la tarde.

Los alisios despiertan nuestra humanidad dormida. Ya se trate del portal de la casa de quincha, la casa moderna o el modesto apartamento, el céfiro se cuela con esa alegría juguetona del niño que recorre las habitaciones en busca de un invisible amigo.

En este tiempo, cuando el adviento se otea en el horizonte, te invito a detenerte uno de estos días, a olvidarte de las pantomimas sociales y dejarte llevar por el hechizo mágico que pregonan los alisios.

No opongas resistencia al espíritu soñador que siempre ha morado en ti, deja que se despierte el niño que todos llevamos dentro y que revestimos con el caparazón de la deshumanización y la adultez. Piensa que todos los años las bocanadas celestiales tocan nuestra puerta y nosotros corremos a cerrarlas, cual si se tratara de una visita indeseable.

Si Panamá entendiera la música que pregonan los alisios, si estuviéramos atentos al arrullo de su corazón, naceríamos a un nuevo proyecto de humanidad y también el próximo año, comprenderíamos el lenguaje oculto de esas brisas novembrinas y decembrinas que hablan de renovación y esperanza.

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Publicado el 21 de noviembre de 2009 en el diario LA PRENSA, a  quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde.

La minería como amenaza en la península de Azuero

La minería como amenaza en la península de Azuero

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Milcíades Pinzón Rodríguez
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Parece un cuento macabro, pero es una triste realidad; hasta mayo del presente año se han presentado al Ministerio de Comercio e Industrias un conjunto de solicitudes sobre exploraciones mineras (de minerales metálicos) que abarcan no menos de 200 mil hectáreas de la península de Azuero; el equivalente a 2 mil kilómetros cuadrados de su superficie regional.

Si tomamos en consideración que las provincias de Herrera y Los Santos abarcan 6 mil 145 kilómetros cuadrados, resulta que tales solicitudes abarcan el 32.5% de la península, un tercio de toda la tierra disponible. Esta misma cifra representa el 52.8% de la provincia de Los Santos; o lo que es lo mismo, el 85% de la provincia de Herrera.

También hay que considerar que la totalidad arriba indicada únicamente se refiere a los minerales metálicos. A todo ello hay que sumar 6002.11 hectáreas que se refieren a los no metálicos y las concesiones de explotación minera que totalizan 15 mil 892.23 hectáreas.

El cuadrilátero terrestre peninsular vive así una situación realmente lamentable, por cuanto al aterrador panorama del área de la montaña (a las que pertenecen la mayoría de las solicitudes) se añade el problema de la venta de las costas. Esto supone que el grueso de la población vive atrapada entre dos frentes depredadores: el minero-montañero y el costero-inmobiliario. A ello hay que sumarle las secuelas de la contaminación de ríos, el desarrollo de una ganadería extensiva (400 mil cabezas de ganado), la destrucción de los bosques, el exterminio de la fauna regional, el problema de los agroquímicos, la reducción de manglares por el avance de las “camaroneras”, la escasez de agua, y la ausencia de una propuesta de desarrollo regional.

Yo no pretendo ser alarmista, pero no puedo desoír la realidad. Durante el siglo XX tuvimos algunos avances sociales y un soterrado temor a la destrucción de nuestra cultura regional, coyuntura que hizo ineludible organizar festivales folclóricos y abanderar, de paso, la identidad cultural de la nación.

En cambio, el siglo XXI sugiere que las amenazas de la anterior centuria serán de más largo aliento. Porque si no logramos combatir esos problemas con la puesta en vigor de un modelo de desarrollo respetuoso de la gente y de su entorno, sin por ello caer en regionalismos decadentes, la migración regional será tanto o más violenta que la vivida en los años 50 y 60 del siglo pasado.

De lo planteado se deduce que la minería, como alternativa de desarrollo, es un verdadero contrasentido en una región que le urge preservar sus recursos naturales y que no puede darse el lujo de continuar con un modelo depredador, en el que no caben los sueños de opio de los empresarios mineros, más interesados en los metales preciosos que en la calidad de vida del hombre santeño y herrerano.

En verdad, la región no aguanta un zarpazo más y la solución no vendrá necesariamente de las esferas gubernamentales y político partidistas, sino de la capacidad de organización que demuestren las fuerzas vivas de la región. En consecuencia, aunque vivimos tiempos difíciles, la época no es para cruzarse de brazos, sino para asumir los nuevos desafíos; vigorizando nuestra idiosincrasia cultural, promoviendo una apertura económica respetuosa, fortaleciendo la educación de la población, incentivando una tecnología amigable y preservando nuestro legado ambiental. Y en ese calamitoso escenario regional, la minería no es una oportunidad sino una amenaza; tanto como añadir gasolina para apagar el fuego.

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Publicado el  13 de julio de 2009 en el diario La Prensa; a quien, al igual que al autor, les damos todo el crédito que les corresponde.

Mendigo en fiesta de magnates

Mendigo en fiesta de magnates

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Milcíades Pinzón Rodríguez
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Afirmo, sin el menor rubor, que la cultura nacional es un mendigo en fiesta de magnates. También asevero que en las áreas interioranas, como en el resto de la República, la gente se está cansando de este papel de pordiosero del presupuesto nacional. Al parecer no hay dinero para las bellas artes y la literatura, así como para la investigación científica. En cambio, los partidos políticos succionan casi 20 millones de balboas de la “vaca” estatal, pero al Festival Nacional de La Mejorana apenas se le asigna la pírrica suma anual de B/.25 mil y, año tras año, los guarareños tenemos que acudir a los reinados para ver qué familia o empresa se compadece de nuestro padecimiento.

Y así vemos cómo La Casa de la Cultura Tableña, en el camino que conduce a Santo Domingo, se cae a pedazos; mientras las tunas tableñas organizan bailes y matanzas para ofrecernos el mejor Carnaval nacional. La misma historia de la chitreana casa de quincha que construye don Bolívar Rodríguez o del Museo Manuel F. Zárate, que en la tierra natal del padre del folclor, muestra a propios y extraños la ruina de su existencia y la carencia de una política cultural. En Coclé, por las tierras de Río Grande, el museo que creó la Dra. Reina Torres de Araúz es un retazo de patria rodeado de cañaverales. ¿Y el patrimonio de Nombre de Dios y Portobelo? ¿Y los archivos parroquiales…y?

En verdad hay un desprecio por las cosas de la inteligencia. Pienso en las bibliotecas públicas que merecen mejor suerte, instituciones que subsisten gracias a la buena fe de los funcionarios que en ellas laboran. Yo no dudo que haya que crear un fondo especial para resguardar a nuestros bancos de la crisis internacional, pero, ¿por qué no hacerlo con nuestras manifestaciones culturales, al igual que con el aporte de literatos, científicos y las casi inexistentes casas editoras del país? Qué bueno que se subvencione al tanque de gas, pero, ¿por qué no hacerlo con los libros? ¿Acaso alguien piensa que la cultura no se come y que la identidad del país no produce réditos?

Pronto tendremos un nuevo gobierno y uno no deja de pensar cuál será la política sobre el tema cultural, porque se supone que alguna ha de tener. Hace poco, revisando las propuestas de los diversos partidos políticos que en la pasada campaña política aspiraban al poder, me percaté de que el tópico apenas si mereció algunos comentarios. Luego de más de un siglo de gobiernos republicanos, el país no tiene una política cultural y mucho menos un ministerio que sea el rector de tales actividades. Por allí subsiste el Inac que a duras penas puede pagar su planilla y que mira de soslayo los millones del Canal, las cintas costeras y los corredores. Como anda la nación, dentro de poco diremos que Belisario Porras Barahona fue un filósofo chino que vivió en Grecia. Y entonces arremeteremos injustamente contra nuestros jóvenes porque no conocen su historia y porque se asemejan al “hombre light” de Enrique Rojas.

Algo tendremos que hacer para que la cuestión cultural deje de ser un indeseable invitado al banquete del presupuesto nacional. Tal vez comprender qué son realmente las expresiones culturales y tomar conciencia de que no representan un gasto, sino una inversión. Hay mucha gente en este país trabajando con las uñas; desde los folcloristas hasta intelectuales de capa y birrete, pasando por figuras del arte y las letras, hasta la señora que aporrea la ropa con su manduco.

Como panameño me resisto a creer que la cultura debe continuar siendo el pordiosero que recoge de las mesas las migajas de la estulticia política. Las “cosas del espíritu”, como le llaman algunos, no son tan etéreas y no tienen por qué sufrir un “complejo de inferioridad” ante las prioridades económicas que otros establecen. Mientras los que nos agitamos en estos menesteres nos contentemos con que “al menos nos den algo”, nuestros muchachos no tendrán acceso a libros, conciertos, bibliotecas, etc., y seguiremos siendo el país y nación de tránsito que, a mediados de la pasada centuria, denunció el Dr. Octavio Méndez Pereira ante la Federación de Sociedades Santeñas en el auditórium del antiguo edificio que en La Villa de Los Santos daba cobijo a la gobernación provincial.

Ya es hora de que la cultura nacional ocupe el lugar que se merece, momento para reclamar respeto para ella y de demandar que se le dote del apoyo económico que hace tiempo se ganó. Todos sabemos que el verdadero resorte emocional que ha inspirado a los grandes hombres de este país, no ha sido el ocupar una alta posición en el engranaje gubernamental (porque muchos ni tan siquiera la tuvieron), sino el sentirse parte de un proyecto nacional, orgullosamente herederos de nuestro patrimonio cultural. Si ello es así, ¿qué esperamos para apostar por un país orgulloso de su estirpe, pero abierto al influjo renovador de otras sociedades?

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Publicado el 17 de junio de 2007 en el diario La Prensa

Y por quién voto?

¿Y POR QUIEN VOTO?
Milcíades Pinzón Rodríguez

Sobre este tópico partiré retomando lo planteado por el pensamiento aristotélico, a saber, que la política es el arte de vivir en sociedad. De ello se deduce que el ser humano está “condenado” a mantener nexos con sus semejantes, ya que no puede escapar ni dejar de ser un ente político. Sin embargo, la política también se expresa como la lucha por el poder y en este caso encontramos a los partidos políticos como expresión tangible de tal proceder.

Ya sabemos que en los sistemas democráticos ese “poder” se delega y disputa entre los aspirantes a puestos de elección. Mediante el proceso electoral el votante transfiere su cuota de poder a un representante que ha de ejercer el dominio en su nombre y en el de los demás. De allí se colige que el elector tiene una responsabilidad que va más allá de su persona, por cuanto no está decidiendo solamente por él, sino por el conglomerado social al que pertenece.

En este punto arribamos al meollo del asunto que nos ocupa, es decir, establecer cuáles son los criterios que ha de adoptar el ciudadano para ejercer responsablemente el sufragio. Situados en esta encrucijada, al parecer existen dos vertientes, una que está ligada con la agrupación que respaldará con su voto (partido político o grupo independiente) y otra que involucra al candidato en sí.

En efecto, lo primero es conocer la agrupación con la que se ha de votar, porque ya se trate de un candidato que abandera un partido político o aquel otro que lo hace de forma independiente, se supone que ambos tienen por meta la satisfacción de las necesidades colectivas. El elector debe estudiar la trayectoria histórica, conocer la ideología y observar las propuestas que la agrupación plantea para promover el desarrollo nacional. Este aspecto reviste hondo significado, porque un partido no solo es una agrupación que participa en la contienda por la toma del poder; aspira a éste para concretar una visión de país que debe expresarse en planes, proyectos y políticas gubernamentales.

De lo dicho se colige que en los sistemas democráticos el votante se ve precisado a seleccionar entre una multiplicidad de candidatos. En este sentido, lo afirmado para los partidos políticos también podría ser aplicado a la persona que quiere representarnos. De allí que sea vital el determinar el perfil del postulado. En este punto hay tres variables a considerar: formación académica, ejecutorias ciudadanas y valores morales. Sin duda el representante ideal sería el que posea las mejores calificaciones de estos tres aspectos a los que hago alusión, pero ya sabemos que no siempre encontramos a quien reúna semejantes atributos.

Habida cuenta de la truculencia reinante en la política nacional, pareciera imponerse una postura pragmática por parte del elector. Como quiera que vivimos un momento en el que de forma desvergonzada algunos candidatos presentan propuestas por el simple hecho de cumplir con ese requisito (“Cartitas al Niño Dios” en tiempos electorales), sin demeritar otros aspectos, el elector ha de dar prioridad no tanto a lo que propone, sino a lo que evidencia la vida de quien se postula. Me refiero a las ejecutorias ciudadanas de quien aspira a representarnos, porque un hombre se define realmente en lo que ha hecho y no necesariamente en lo que propone. Y, particularmente, en lo fiel que ha sido con los valores sociales que dice profesar y defender.

Si al final del largo camino, y luego de analizar las diversas ofertas, aún el votante no se encuentra satisfecho con las propuestas reinantes, su madurez ciudadana debe impulsarle a participar del proceso electoral. En este caso quizás prefiera no elegir y, por lo tanto, su voto ha de ser en blanco. Pienso que este tipo de postura, contrario a lo que algunos pregonan, tiene un profundo significado; el de gritar al país que no se comparte el escrutinio político que se realiza y que, por lo tanto, se aspira a una nueva forma de hacer política.

Ante la disyuntiva de la próxima elección, es nuestro deber moral, más allá del meramente legal, hacer una selección que conduzca al fortalecimiento de una nueva cultura política. El ciudadano debe asumir una conducta que rompa con los hábitos politiqueros que hemos heredado de antaño. Esto implica hacer una selección sensata, una que supere el amiguismo, el caciquismo y el individualismo; un voto inteligente que reconozca los méritos a quien lo posea, aunque no forme parte constitutiva del partido político al que pertenecemos.

Articulo publicado el 25 de abril de 2009 en el diario La Prensa de Panama.