¿Quién les dirá que está mal?

La opinión de…

Yolani Ahern 

Este artículo está inspirado por una escena que presencié hace unas semanas. Iba entrando a un supermercado y justo frente a la entrada vi un niño de unos tres años orinando sobre una columna mientras su papá lo observaba. Una vez dentro del súper, vi entrar al adulto con el niño. Aproveché para consultarle al padre si sabía de la existencia de baños públicos dentro del supermercado.

El señor me respondió que sí sabía que estaban allí, pero que había permitido a su hijo orinar afuera porque sabía que no llegaría a los baños. En ese momento no disimulé mi repulsión y expresé mi opinión respecto al espectáculo que había visto. Cabe recalcar que el baño estaba a menos de 30 pasos del sitio del delito. Inmediatamente lamenté que ese niño sea un candidato perfecto para hacer lo que tantos ciudadanos de nuestra capital hacen justo del lado de la carretera a menos de un kilómetro de una estación de gasolina. Con un padre como aquel, no tendrá quién le diga que aquello está mal.

En tema de desperdicios, mi tren de pensamiento me devuelve a la entrada de mi casa, donde a diario siento la peste que emana de desechos acumulados durante semanas. Una vez más, la ciudad capital enfrenta una crisis de basura, que si bien no es ajena al escenario político de los últimos años, rompe nuevos niveles en estos días. Esta es una rara ocasión en que tirar la basura en su lugar es una acción que pensamos dos veces por sus repercusiones.

El dilema de la basura y la administración alcaldicia me lleva a otra pregunta: ¿quién le dirá a nuestros hijos que los méritos para ser elegidos en un puesto popular trascienden la cantidad de tiempo que se expongan en un programa de televisión y el espacio que ocupen de la pantalla?   En temas de política, otro dilema. Precisamente en estos días se inició el juicio contra una funcionaria que enfrentó a la justicia como consecuencia de investigar un delito cometido por otro funcionario durante su administración.

No es secreto que este juicio es resultado de una maquinación política. Pero en este escenario en que los pájaros le disparan a las escopetas, ¿quién le dirá a nuestros hijos que vale más la integridad que los caprichos del poder?

Y continuando por el hilo de la política, en medio de tantos saltos entre partidos hacia el que ostenta el poder, ¿quién explicará a nuestros hijos el concepto de los ideales?   Si un partido me postula para un cargo, y una vez en el cargo decido cambiar, y eso está bien; ¿qué ideales abrazo para ejercer mi cargo?, ¿qué brújula me dirigirá para cumplir las promesas que me aseguraron los votos a los que debo mi puesto?

En otros temas, este fin de semana viajé al interior. Hice ejercicio de mi tolerancia mientras conductores y peatones transitaban muy por encima de lo que indica la ley.   Por un lado, los peatones cruzan la Interamericana –de cuatro carriles- a pocos metros de un cruce peatonal, construido precisamente para evitarles un accidente (hago constar que los que más lo necesitan son por norma los que menos los usan). Por otro lado, estaban los conductores que hacían mal uso de los dos carriles, viajando a velocidades ridículas sobre el carril izquierdo. ¿Quién les dirá -me pregunté- que lo que hacen está mal; y quién enseñará a sus hijos a no seguir el ejemplo de sus padres?

En nuestras manos está utilizar el ejemplo que a diario nos brindan las autoridades y conciudadanos para enseñar a nuestros hijos el comportamiento adecuado. Mi futuro promete sonar así: “¿Ves eso, hijo?, ¡eso no se hace!”

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Este artículo se publicó el 13 de agosto de 2010  en el diario La Prensa,  a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.