El pele police, un infame instrumento de represión

La opinión de….

PEDRO  RIVERA  RAMOS
pedrorivera58@hotmail.com

Ha sido la inseguridad en nuestras calles, barrios y hogares, la excusa principal que los gobernantes de antes y de ahora, han aprovechado para suspender, limitar o conculcar derechos y libertades públicas, que se creían sagradas.

 

El miedo a perder la vida, bienes o ambas cosas, nos ha conducido a aceptar como natural cualquier ultraje, cualquier vejamen, cualquier invasión de nuestra privacidad o de nuestra intimidad, no importa el grado de disimulo o crudeza con que se presente, siempre que con ello nos creamos a salvo.

 

Renunciamos a menudo al ejercicio pleno de nuestras garantías ciudadanas, para ‘disfrutar’ de una seguridad fundada básicamente, en una de las herramientas más antiguas y brutales que el género humano ha conocido para controlar y manipular a los demás: el miedo.

 

De ese modo, consentimos, con el silencio de casi todos, ser constantemente observados por cámaras de vigilancia situadas en parques, calles y centros comerciales; adquirimos sofisticados y costosos sistemas de seguridad personal y familiar; sospechamos de cuanto desconocido se nos acerque demasiado; justificamos el rearme de nuestra policía y que hagan uso de aparejos que como el llamado ‘Pele Police’, violan nuestros más elementales derechos y ha servido para ensañarse contra periodistas, defensores de la naturaleza o ciudadanos humildes, principalmente de aquellos que la injusta distribución del bienestar social, ha condenado a sobrevivir en las zonas excluidas, marginadas o populares de nuestro país.

 

Lentamente a través del miedo y las inseguridades, se nos viene imponiendo una sociedad casi panóptica u orwelliana, que con cierta deliberación es atizada por algunos poderosos sectores, que ahora ven en el Pele Police el artefacto represivo que les faltaba, para anular al ciudadano junto con sus derechos fundamentales, convirtiéndolo así, sólo en un sujeto sospechoso y potencial delincuente.

 

De nada ha valido, la sensatez y cordura de algunos ciudadanos que se han levantado desde el principio, para solicitar la suspensión o reglamentación de este infame instrumento. Se ha optado en su lugar, por profundizar su uso y evaluar las posibilidades de multiplicar su alcance.

 

En la defensa del Pele Police se arguyen las fantasías y medias verdades, que suelen difundir los que les resulta incómodo reconocer sus desatinos y los que ocultan sus protervos fines hacia los reclamos y protestas legítimas de los ciudadanos. Se busca imponer la desconfianza entre nosotros mismos, que el miedo sea una constante en nuestra existencia y que sacrifiquemos nuestras libertades para cederlas al control policial.

 

El Pele Police cumple aquí las funciones represivas no contempladas en su diseño original y que no realiza ni siquiera en Israel y sus ciudades, pese al permanente e histórico conflicto que esta Nación tiene con el pueblo palestino.

 

Carece por completo de la eficacia del 110% que se le atribuye (ahí están por doquier los hechos que refutan tan temeraria afirmación) y tampoco es utilizado en 35 países, entre ellos algunos del primer mundo como se sostiene, a no ser que Rishon LeZion, Bat-Yam, Guivatayim, Kiryat Tivon, Kiriat Ata y tres pequeñas ciudades ucranianas, tengan ese nivel y al menos una, sea una nación desarrollada.

 

Por eso no nos llamemos a engaño. Lo que hay en marcha es una verdadera ofensiva neoliberal, principalmente contra los pobres, donde el Pele Police viene a representar una pieza fundamental.

 

De allí que ahora se le descubran a este engendro represivo, ‘virtudes’ para cobrar la tasa de aseo, verificar el pago de impuestos y la morosidad en el consumo del agua potable. Ninguna de estas propuestas deben resultarnos extrañas, cuando aquí ya es común perseguir con saña a humildes billeteras, desalojar brutalmente a familias enteras de sus viviendas, criminalizar las protestas y causar daños físicos irreparables a sus participantes; en un país que tiene el honroso honor de figurar entre las quince naciones de mayor desigualdad del planeta, según el último informe sobre Desarrollo Humano del PNUD.

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<> Este artículo se publicó el 7 de enero de 2011   en el Diario La Estrella de Panamá, a quienes damos,  lo mismo que al  autor,  todo el crédito que les corresponde.

Ocaso o vigencia de la universidad pública

La opinión del Ingeniero Agrónomo….

PEDRO RIVERA RAMOS
pedrorivera58@hotmail.com

La educación, como fenómeno social históricamente dependiente de las condiciones materiales de vida de las sociedades humanas, ha ejercido un rol decisivo en el desarrollo del progreso social. Ella representa una de las funciones más importantes que realiza la sociedad, porque en su acepción más amplia, es la responsable de todas las influencias y cualidades que, durante toda su vida, han de recibir los individuos que componen a ésta. Mientras ya en su significado más particular, como un proceso organizado y dirigido conscientemente, la educación tiene como misión la formación integral y objetiva de los ciudadanos, es decir, el desarrollo pleno de sus capacidades intelectuales, físicas y espirituales, sus convicciones, carácter, rasgos morales e inclinaciones estéticas. De ese modo y casi desde la misma existencia del hombre sobre la Tierra, la educación ha servido para la ‘liberación de la ignorancia’, la formación moral y cultural, la destreza para la guerra o la incorporación a la vida política de las sociedades.

Con el nacimiento de las universidades medievales entre los siglos XII y XIII, aún cuando éstas surgen marcadas por una fuerte orientación religiosa y escolástica, el interés por el conocimiento y la sabiduría sobre el mundo que nos rodea y sobre nosotros mismos, va a adquirir una dimensión mucho más sistemática y generalizada. Esto no fue solo cierto para las primeras universidades europeas, sino para todas aquellas que ya en tierras latinoamericanas y a partir de 1538, con la Universidad Autónoma de Santo Domingo, fueran fundadas por la Corona Española. Es así que desde muy temprano y en esta parte recién conocida del mundo, que se le empezó a conceder a la educación, particularmente a la que se recibía en las universidades, una importancia vital en el desarrollo humano y económico de los pueblos.

Hoy nadie pone en tela de duda el extraordinario papel que desempeña la educación superior en el progreso y avance de las sociedades modernas. Tampoco resulta fácil aventurarse a considerar el llamado ocaso o decadencia de las universidades (sobre todo si son latinoamericanas, caribeñas y públicas), basándonos en estrechos e insostenibles argumentos sobre la falta de competitividad, de iniciativa emprendedora o como resultado de las ventajas de la Internet y de las nuevas modalidades y formas que en la actualidad han adquirido esos estudios. Las universidades fueron el principal y a veces único recinto que, desde la antigüedad, sirvieron a esta educación como el cobijo vital, le proporcionaron el aliento necesario para gestar su hogar más íntimo, para echar raíces firmes y perdurar, como lo hace, en los avatares del tiempo.

Naturalmente que es justo reconocer que los cambios que se han producido en el último medio siglo en todos los órdenes de la vida social y económica del mundo, han repercutido en uno u otro sentido en todas las universidades. Sin embargo, ninguno de ellos puede ser interpretado como razón suficiente para una extinción paulatina de las universidades. Todo lo contrario. Las universidades han demostrado tener la capacidad, la vitalidad y la fuerza organizativa necesarias, para asumir todos y cada uno de los desafíos a los que se enfrenta o ha de enfrentarse. Ellas (las universidades públicas por supuesto), no representan una institución más dentro del resto de instituciones o empresas que distinguen a un país. Son, por definición, un centro cultural, intelectual, educativo y orientador de la vida nacional. De allí que, a fin de cuentas, las transformaciones que las universidades reclaman y sus pueblos les exigen, solo pueden estar dirigidas a su renovación permanente, nunca a su desaparición o muerte.

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<> Este artículo se publicó el 19  de diciembre de 2010  en el Diario La Estrella de Panamá, a quienes damos,  lo mismo que al  autor,  todo el crédito que les corresponde.

Agricultura y humanidad

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La opinión de…

Pedro Rivera Ramos   –

La agricultura es una invención cultural que data de hace más de 12,000 años. Agricultura y Humanidad se fueron gestando a lo largo de un proceso de adecuaciones, vínculos e interacciones, donde lo humano con lo natural, las plantas y los animales, tenían una separación tan imprecisa, que las cosmovisiones de los pueblos originarios reflejaron con tanta belleza y e insuperable esplendor. Concebían lo humano como parte del mundo natural, no existiendo contradicciones ni antagonismo entre un mundo y otro. Pero la agricultura ha sufrido cambios y transformaciones importantes desde su nacimiento hasta la fecha.

Aún cuando su misión principal sigue siendo la de producir alimentos para satisfacer las necesidades básicas de los seres vivos, principalmente de los humanos, esto no siempre se cumple a cabalidad, por la influencia y participación de poderosos intereses mercantilistas y corporativos. Y es que resulta un hecho inocultable que la transnacionalización de la agricultura, orientada fundamentalmente por el lucro desmedido, le viene causando a las actividades agrícolas y al derecho a la alimentación de todos los seres humanos, un daño imperdonable e irreparable.

Poco menos de tres décadas atrás, existían 7 mil compañías de semillas comerciales y hoy sólo 10 controlan casi el 95% del comercio mundial. Asimismo, tres grandes empresas transnacionales controlan el 80% del comercio mundial de granos, situación muy similar a la que existe en el comercio de plaguicidas e innovaciones biotecnológicas. Pero estos no son los únicos rasgos que tiene la agricultura del mundo de hoy.

Uno de los principales desinfectantes de los suelos, el bromuro de metilo, sigue siendo acusado de ser el responsable de la pérdida de casi el 10% de la capa de ozono. La FAO ha estimado que el 25% de las tierras agrícolas del planeta, han sido degradadas por malas prácticas y que en el último siglo, se han perdido unas tres cuartas partes de la diversidad genética agrícola; mientras que alrededor del 10% de las tierras irrigadas, están seriamente dañadas por salinización, alcalinización y compactación del suelo.

Todo esto ocurre en un mundo donde la producción de alimentos guarda más relación con la política y la justicia, que con la técnica, y donde la riqueza aumenta junto a las grandes desigualdades sociales. Ya es una verdad de Perogrullo que la brecha entre el 20% de los más pobres y el 20% de los más ricos, era de 1 a 30 en el año de 1960 y hoy se ha ampliado tanto, que se encuentra entre 1 a 80.

De modo que no sólo debemos revisar los fines que orientan y definen la construcción de las sociedades humanas de hoy, sino que además, debemos generar caminos de reconciliación con el saber campesino e indígena, cuyas cosmovisiones sentaron, sin duda alguna, las bases de la agricultura que en estos días llamamos eufemísticamente, moderna.

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<>Artículo publicado el  13  de noviembre  de 2010  en el diario El Panamá América,   a quienes damos,  lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.
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Compromiso, vigencia y renovación de la UP

La opinión de…

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PEDRO RIVERA RAMOS

Desde el nacimiento de las primeras universidades en el mundo occidental, entre los siglos XII y XIII hasta nuestros días, y prescindiendo de considerar sus antecedentes en la famosa Academia para la Formación de la Juventud Aristocrática Griega, que fundara Platón en el año 387 a.c., o en los centros de altos estudios de civilizaciones tan antiguas como la china, persa y árabe, muchos cambios y transformaciones han tenido lugar en el seno de las universidades. Así ha sido en todas las épocas y condicionados siempre en gran medida, al modelo de organización social, política y económica que ha prevalecido en las sociedades. Planes de estudios, métodos de enseñanza, perfiles profesionales de egresados; así como medios y fuentes de financiamiento y criterios de ingreso, permanencia y egreso, han sido revisados, modificados o trastocados.

La Universidad de Panamá, considerada el principal patrimonio cultural con que cuenta actualmente nuestro país y que se aproxima a culminar un recorrido educativo y cultural que ya cubre siete décadas y media, no ha estado exenta de este proceso natural de configuración de las universidades públicas modernas. Sin embargo y pese a los cambios no siempre positivos ni convenientes que ha sufrido a lo largo de su evolución, de apegarnos con todo rigor a la justicia y a la objetividad, debemos reconocer que la Universidad ha sabido corresponder a su responsabilidad histórica con la Nación panameña y sigue siendo uno de los pilares fundamentales en que descansa nuestra identidad y nuestro desarrollo.

Al cabo de setenta y cinco años de compleja y fecunda historia, no hay duda de que la Casa de Octavio Méndez Pereira continúa sosteniendo firmemente su compromiso con una educación superior, como derecho humano inalienable, inherente y esencial de todos los panameños. De igual modo, es evidente que sigue sustentando la formación integral de los estudiantes desde una perspectiva humanística y social, animada por la seguridad de que por la vía del conocimiento es solo posible alcanzar la plena liberación del ser humano.

Pero en el mundo actual, donde aún el neoliberalismo como parte de su proyecto político, económico y cultural, mantiene vigentes sus recetas principales para el sector educativo, estos compromisos, al igual que el esfuerzo permanente por la pertinencia, el mejoramiento de la calidad, la superación de la exclusión, el afán por la equidad; en definitiva, el propio carácter público de la educación superior, corren un peligro considerable.

Y es que pese a la extraordinaria contribución académica, cultural, espiritual, científica y humanista que la Universidad de Panamá ha entregado a la sociedad panameña desde su fundación —tributo que evidentemente es perfectible y está obligado a serlo— no dejan de faltar los que escogen minimizar sus aportes para amplificar solo sus defectos pasados o presentes. No obstante, esto no es el problema que más debe preocupar a los universitarios y a sus autoridades.

Esta universidad, como muchas otras en el mundo, se enfrenta a exigencias y desafíos que de materializarse, socavarían cualitativamente su esencia, misión y objetivos históricos. No van dirigidas a comprometer seriamente su vigencia, sino que buscan acomodarla al servicio de intereses privados, donde la rentabilidad, la competitividad y los criterios estrechamente económicos, servirían para medir y valorar la educación superior y el conocimiento humano.

Es por eso que la Universidad de Panamá ciertamente debe renovarse. Pero esa renovación no puede ser dictada por una visión estrictamente empresarial o por orientaciones marcadamente mercantilistas. Nuestra universidad debe, en sus setenta y cinco años de historia, reafirmar su compromiso permanente con la educación como derecho social universal y fundamental de los panameños, que vaya dirigida siempre a la formación de personas no solo instruidas y críticas, sino capaces de participar activamente en un proyecto de desarrollo nacional y humano, que disminuya la profunda brecha entre ricos y pobres y reduzca sustancialmente las lacerantes desigualdades sociales que hoy prevalecen en nuestra sociedad.

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Artículo publicado el 11 de junio de 2010 en el Diario La Estrella de Panamá , a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Víctimas del libre comercio

La opinión del Ingeniero Agrónomo…..

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PEDRO RIVERA RAMOS

El libre comercio, principal falacia que acompaña al evangelio neoliberal, sigue siendo invocado para insistir en hacer creer que solo a través de él las naciones pueden alcanzar progreso económico y social. Nada más apartado de la realidad.

El libre comercio, tal como es concebido por los representantes de los países industrializados, por los círculos dominantes en la OMC y por las empresas transnacionales, no tiene nada de libre y muy poco de comercio.

Ha sido sí la mejor excusa para imponerles a los países, principalmente a los del llamado Tercer Mundo, tratativas librecambistas dirigidas al control de sus recursos naturales, a la apertura salvaje de sus mercados, a la flexibilización o eliminación de sus normas sanitarias, a la eliminación de aranceles y a la quiebra de la producción nacional; es, en fin, un formidable instrumento de dominación política y económica.

Es precisamente como consecuencia directa de la liberalización comercial y de la mercantilización de todos los órdenes de la vida social que traen consigo los principales acuerdos de la OMC (GATS, ADPIC, AsA) y que los distintos gobiernos panameños han acogido con la docilidad acostumbrada, se produjo en agosto del 2006 un envenenamiento masivo con una sustancia industrial conocida como dietilenglicol, suministrada a varios miles de pacientes a través de un jarabe expectorante sin azúcar que era producido en los laboratorios de la CSS.

Lo que debieron ser 9000 litros de glicerina pura con calidad U.S.P., terminó siendo, en total desprecio por la vida humana, dietilenglicol, un producto usado básicamente para la fabricación de pinturas y envases plásticos. Así, un medicamento reservado para salvar vidas, se transformó, por la avaricia, el libre comercio y las fallas inadmisibles en los controles y el sistema de salud pública, en un poderoso veneno.

Ahora casi dos centenares de víctimas, varios miles de afectados y sus familiares aguardan, sin mucho éxito, a que el Estado asuma plenamente la responsabilidad que le corresponde y se apreste, con la urgencia debida, a realizar las reparaciones y compensaciones que hagan falta.

El Síndrome de Insuficiencia Renal Aguda (SIRA) no fue una enfermedad producida por agentes patogénicos naturales, fue el resultado de un agente tóxico que llega a los tejidos de seres humanos, por la incompetencia evidente del Estado en sus controles sanitarios y por la flexibilización en sus normas comerciales y de importación. Eso explica la participación de dos empresas chinas (CNSC Fortune Way Company y Taixing Glycerin Factory), una española (Rasfer Internacional) y una panameña (MEDICOM); la recepción de dietilenglicol por glicerina; la alteración de la caducidad del producto y de su procedencia verdadera.

Pero el envenenamiento con dietilenglicol, ocurrido en Panamá, no fue un suceso novedoso ni único ocurrido con esta sustancia, como podría suponerse. Ya en otros países se había reportado algunos casos. Aquí mismo se encontró, meses después, esta sustancia entre los componentes de un dentífrico de origen chino conocido como Mr. Cool, hallazgo que se repitió en Nicaragua en el 2007 con esta marca y otras dos con igual origen (Excel y Dentamin).

Lo más sorprendente es que al menos la crema dental Mr. Cool, con un contenido de 3% de dietilenglicol, se encontraba en esos momentos en el mercado estadounidense, autorizada por la FDA.   Por ello, así como nada de esto está separado de las consecuencias nefastas que se derivan del llamado libre comercio, tampoco podemos hacer abstracción alguna del gran negocio de los medicamentos adulterados o falsificados que se verifica en el mundo y las principales motivaciones que guían hoy a la poderosa industria farmacéutica.


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Artículo publicado el 26 de marzo de 2010 en el  Diario La Estrella de Panamá, a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

Las semillas y El Arca de Noé (II)

La opinión del Ingeniero….

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PEDRO RIVERA RAMOS

No hay duda de que por su impresionante y avanzada complejidad técnica, su esplendorosa belleza estética, sus medidas de contingencia y de seguridad y su objetivo de garantizar hasta por miles de años, la conservación de la diversidad cultivada del mundo, la Bóveda Global de Semillas debiese despertar en todos, en este su segundo aniversario, un sentimiento de seguridad alimenticia y de justificada felicidad universal.

Para los apasionados defensores de este proyecto, ahora los seres humanos podemos dormir más tranquilos, sabiendo que ante un desastre colosal en la producción mundial de alimentos, estaremos en condiciones virtualmente de recomenzar. “ Al menos la humanidad ahora tiene un Plan B ”, afirmó exageradamente hace algún tiempo Caryl Fowler, director ejecutivo de esta obra y del Global Crop Diversity Fund (Fondo Mundial para la Diversidad de Cultivos), entidad de carácter privado fuertemente financiada por las grandes transnacionales de las semillas y los plaguicidas, y que junto al Ministerio de Agricultura y Alimentación de Noruega y el Banco Genético Nórdico, constituyen los responsables principales de las políticas y las decisiones que se adopten, con relación a las muestras depositadas en esta bóveda.

Naturalmente que toda medida o toda acción dirigida a frenar realmente la erosión genética de los recursos vegetales, proceso que empezó a acentuarse en la década del 50, junto con la llegada de la Revolución Verde, debe recibir nuestro respaldo y estímulo sincero. No obstante, para alcanzar resultados verdaderamente alentadores en la protección y conservación de los recursos genéticos, es preciso que le concedamos a la conservación in situ , es decir, al mantenimiento de la diversidad en los propios campos y parcelas de los campesinos y pueblos indígenas, el lugar preponderante y esencial que se merece y urge. Allí reside la verdadera seguridad y soberanía alimentaria que la Humanidad necesita y reclama.

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Publicado el 3 de marzo de 2010 en el Diario La Estrella de Panamá, a quienes damos, lo mismo que al autor,  todo el crédito que les corresponde.

Una trampa de muerte llamada ‘diablo rojo’

La opinión del Ingeniero Agrónomo…..

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PEDRO RIVERA RAMOS

Desde hace mucho tiempo nuestro sistema de transporte público en la capital (selectivo o colectivo), se debate en un constante y creciente caos, anarquía y mafia, que convierte a los “operativos” y “campañas”, (dispositivos que solo las tragedias impulsan con algo de fuerza y mucho de publicidad), en paliativos realmente intrascendentes.

Este sector está reclamando con urgencia cambios profundos e irreversibles que van más allá de las “licencias y semáforos inteligentes”; las estrategias manu militari que prometió alguna vez eficaz, un ex milico del gobierno pasado o la desventurada iniciativa de pagarles seminarios de conducta por tres meses y B/.1500 para cada conductor.

Es preciso que la problemática del transporte público sea analizada y revisada desde una perspectiva tan amplia e integral, que no excluya un examen objetivo y riguroso de las principales concepciones que han venido imponiéndose en nuestra sociedad, donde el “ juegavivo ” y la impunidad a todos los niveles y en todas las clases sociales sin excepción alguna, no solo son sus soportes más representativos, sino que además, guardan una correspondencia y una complementación tan vergonzosa como inmoral.

Aquí hay un sistema que debe ser erradicado de raíz y para siempre, porque al final no se trata únicamente de eliminar a los llamados “ diablos rojos ” mediante una generosa e indigna indemnización de B/.25,000; sino de prescindir completamente de chóferes, “ pavos ”, chequeadores de paradas y propietarios de autobuses, principales responsables de todo el desastre que envuelve al transporte público colectivo en la ciudad capital y que le ha costado a la sociedad, sobre todo a sus sectores más humildes, instantes profundamente dolorosos, pérdidas de seres queridos, lesionados de por vida, traumas psicológicos, daños irreparables, sangre noble derramada sin consideración alguna.

A ellos se unen el casi permanente contubernio entre autoridades, politiquería y mafia transportista, que incitan exoneraciones y subsidios diversos, cínicos arreglos de pago de sanciones y boletas, flexibilizan normas, se resisten a otras más severas y mediatizan y comprometen el alcance de muchas leyes, ya existentes sobre el transporte.

Este injustificable e incomprensible cuadro que tiene en la población de a pie a su rehén obligado y desafortunado, no estaría completo si no le añadimos la falta evidente de mantenimiento y reparaciones necesarias de los “ diablos rojos ”; a los agentes del tránsito que hacen de la coima, una forma de contraprestación tan inmoral como generalizada y a los funcionarios que por una suma seductora, limpian asombrosamente el récord de infracciones de cualquier conductor.

Hay un nuevo gobierno y hay nuevas promesas. Hay también tiempo suficiente para darle a este país y principalmente a su región metropolitana, el sistema de transporte colectivo que se merece, que aguarda y que no puede esperar más.

Los 18 calcinados del bus 8B-06 del 23 de octubre de 2006, los sobrevivientes, sus familiares; todas las otras víctimas que durante muchos años han sido responsabilidad directa y exclusiva de este cavernícola sistema de transporte y todos los que aún seguimos vivos, exigimos, demandamos, que “ seguro, cómodo y confiable ”, no termine siendo un eslogan embaucador más de la politiquería criolla.

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Publicado el 11 de febrero de 2010 en el Diario La Estrella de Panamá a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Inseguridad y vigilancia total

La opinión de……

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Pedro Rivera Ramos

Hace solo unos pocos años atrás, cuando se buscaba conocer cuál era el principal problema social que aquejaba a los panameños, la inmensa mayoría casi sin dudar escogía al galopante desempleo como la causa fundamental de todos sus desvelos. Hoy ese lugar es disputado con mucha frecuencia, por la elevada y creciente inseguridad que estremece a todo el país.

No obstante, no se trata de fenómenos separados y desconectados entre sí.   No se trata tampoco de que los niveles de desempleo se hayan reducido tan significativamente, que vengan inquietando a los ciudadanos.

Desempleo e inseguridad crecen de la mano en la misma medida que las desigualdades y exclusiones sociales y económicas lo hacen. Y es que al margen de algunas particularidades y coyunturas propias de algunas naciones, no es la riqueza producida por la sociedad la que genera criminalidad y violencia, sino la injusta y aberrante distribución que termina haciéndose y que es, al fin y al cabo, la responsable principal de la alta tasa de desocupación y del crecimiento exponencial del llamado empleo informal.

Naturalmente que para los que se aferran al credo neoliberal que impuso la globalización capitalista, el ascenso sostenido de la delincuencia común y del crimen organizado en nuestro país, más que explicarse, ha de combatirse sobre todo con el mejoramiento de los pertrechos para la actividad policial y una sofisticación tecnológica de los sistemas y entidades para la represión y la vigilancia de toda la sociedad.

Es decir, se aprovecha un problema que es netamente provocado por el modelo social y económico excluyente, discriminatorio y explotador imperante, para armar al Estado; refinar y justificar sus métodos de procedimiento judicial, represión y control; invadir la privacidad e intimidad diaria mediante la vigilia constante de las actividades de los ciudadanos; valerse del miedo legítimo para restringir o suspender libertades individuales.

Nada de esto puede suponerse desproporcionado, porque nada de esto está dirigido solo y verdaderamente hacia el combate de la delincuencia, el crimen y el terrorismo como se quiere hacernos creer.   Son las manifestaciones locales de un plan general y global del capitalismo de nuestra época que persigue, entre otros objetivos:  criminalizar la pobreza y a los luchadores sociales; prepararse para desactivar con anticipación las protestas populares; contenerlas o aplastarlas con brutalidad, de ser necesario.

Eso explica la reiterada insistencia de los gobernantes por dotar a su aparato represivo de armamento y dispositivos de contención más modernos, el extenso uso de cámaras convenientemente instaladas en toda la ciudad y leyes como la 48 de 2004 contra el pandillerismo o la 51 del 18 de septiembre de 2009, destinada a conocer nuestros movimientos por internet y vigilar las comunicaciones por telefonía móvil, fija y troncal.

Aquí en nada importa que Scotland Yard, famosa policía de Londres, confiese que solo resuelve menos del 20% de sus casos con ayuda de cámaras. Y eso que esa ciudad es la más vigilada del mundo con estos aparatos.

En definitiva, encarar correctamente el fenómeno de la criminalidad en aumento en nuestra sociedad, no es un asunto que se deba considerar únicamente desde el ámbito administrativo y represivo.

Es preciso que se aborde además, desde las causas socioeconómicas, políticas y culturales, es decir, estructurales, que son las que definen y configuran cabalmente este complejo problema.

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Publicado  el   23  de  enero  de 2010  en   el  Diario  La  Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.