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La opinión de la Socióloga, Especialista en Género…
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Ángela I. Figueroa Sorrentini –
Diversos estudios indican que los hombres- y las mujeres machistas- quienes maltratan a sus parejas (esta última una realidad que hay que sacar del clóset) caen en uno de dos tipos: quienes se intimidan y retroceden ante la denuncia y aquellos para quienes la denuncia tiene el efecto de exacerbar su ira y violencia. Estos últimos no pueden concebir, mucho menos aceptar, que “su” mujer se haya atrevido dar el paso de denunciarlo.
Cuando se trata de agresores Tipo 1, la denuncia tiende a ser efectiva aunque, si no se toman otras medidas, la mujer suele eventualmente perdonar a su pareja y entra nuevamente en el ciclo de violencia o establece una nueva relación con otro agresor.
Cuando se trata de agresores Tipo 2, la denuncia es el camino seguro a la muerte de la denunciante si, junto a la denuncia, no entran en vigor otras medidas para hacerle imposible al agresor lograr su objetivo.
El problema grave estriba en que no hay suficiente investigación para establecer a priori si un agresor es Tipo 1 o 2. Sabemos algunas cosas, pero no lo suficiente para poder afirmar a un grado alto de confianza que un hombre (o una mujer abusadora) concreta- no una abstracción- va a reaccionar en una forma u la otra. De ahí que lo más responsable, de parte de quienes trabajan este tema, es preparar a todas las mujeres para presentar denuncias como si se tratara siempre de un agresor Tipo 2.
Por las limitaciones de espacio menciono rápidamente cuatro medidas fundamentales que hay que tomar.
Una, enseñar a las mujeres a preparar planes de escape. Un plan de escape es un conjunto de medidas que le permitirá a la mujer desaparecer rápidamente cuando requiera hacerlo por su seguridad, ya que ese no es el momento para ponerse a averiguar a dónde puede ir, juntar lo que necesita llevar, etc. Por ejemplo, tiene que saber de antemano adonde irá- que no puede ser el hogar de familiares, amistades o persona alguna conocida por el agresor- y la persona que la recibirá tiene que saber que su llegada puede darse en cualquier momento sin previo aviso; tiene guardado en ese mismo lugar o en otro punto seguro un maletín con mudas de ropa para ella y sus hijas(os), fotocopias de todos los documentos importantes, algo de plata para moverse y tiene siempre dentro de un cartucho o cartera todos los medicamentos de ella y sus hijos(as). Esto, por supuesto, no es una lista exhaustiva de todos los elementos que debe contemplar un plan de escape.
Dos, hay que enseñar a la mujer medidas que debe tomar con vecinas(os) cercanas para que pueda ser socorrida de requerirlo. Por ejemplo, tener una señal acordada que significa “llama a la Policía”.
Las otras dos medidas requieren un compromiso que aún no se ha dado de parte del Estado y hay que exigirlas. Son la creación de una red de albergues para las víctimas y sus hijas, hijos y familiares adultos mayores dependientes (los 20-30 podrían dedicarle la Teletón 2011, por qué no) y la adopción de convenios interinstitucionales que le permitan a la mujer maltratada inscribir a sus niñas y niños en cualquier escuela en cualquier momento del año escolar bajo nombres falsos y obtener atención médica bajo las mismas premisas, entre otros convenios.
Mientras no garanticemos estos servicios y apoyos, sopesemos con sumo cuidado los consejos que damos. Se trata de las vidas de estas mujeres, no las nuestras.
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<>Artículo publicado el 9 de diciembre de 2010 en el diario El Panamá América, a quienes damos, lo mismo que a ls autora, todo el crédito que les corresponde.
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