Y líbranos también de la intolerancia, amén
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Una democracia lo es porque cumple con una serie de requisitos. Cierto es que hasta ahora es la forma más acabada, pero sigue siendo un ideal. Ni siquiera las sociedades más evolucionadas políticamente han alcanzado la perfección democrática, pero los caminos democráticos, a veces tortuosos y tormentosos, deben seguir siendo los que han de utilizar quienes están llamados a construir y fortalecer nuestros esfuerzos democratizadores.
Democracia es también gobernar en el entendido que las sociedades democráticas basan su funcionalidad según George Vedel, en un sistema de diálogos permanentes, habida cuenta de que, “ la filosofía democrática rechaza la creencia de que existe una armonía espontánea y automática entre los diversos interlocutores del mundo político. Pero esta filosofía no cree tampoco que las oposiciones sean de tal naturaleza que impidan encontrar una conciliación ”. El diálogo permanente garantiza que cada interlocutor puede y debe conocer el punto de vista de aquel que tiene ante sí.
Cuando los interlocutores conocen los pareceres ajenos, están en condiciones de alcanzar soluciones de compromiso, en las que pueden darse varias alternativas, o se acepta en parte lo que dice el interlocutor, o se renuncia a favor de los planteamientos esbozados, o se mantienen las posiciones esgrimidas originariamente, sin ceder nada, excepto la satisfacción moral que deriva del ser escuchados, en los temas propios del quehacer común.
Lo que no debemos es descalificar de antemano y no escuchar al contrario, por el simple hecho de ser una voz contraria o disidente. Lo que no se puede o no se debe es truncar total ni parcialmente la posibilidad y la necesidad que tiene el individuo de ser escuchado en su democracia. Esas actitudes contradicen y niegan el espíritu y la naturaleza del ideal democrático, y son desafortunadamente estas conductas las que mayormente prevalecen en nuestras sociedades aún en transición. La falta de sentido crítico y autocrítico, pero sobre todo la intolerancia, siguen siendo la norma de conducta entre quienes gobiernan y quienes son gobernados.
Lo recientemente sucedido en ocasión de la conmemoración del 2 de Noviembre en el Cementerio Amador, no es sino una muestra de la intolerancia y de la incapacidad que se tiene en nuestra clase política de someterse a los dictados de la democracia. Pareciera como si cada quien viera a la democracia como un vestido que se le adecúa a sus necesidades y exigencias particulares, por lo menos eso es lo que desafortunadamente percibimos del bochornoso incidente provocado por el señor ministro de Relaciones Exteriores, al interrumpir, increpar, regañar y hasta manotear, a un Orador de Fondo (Julio Yao) y a otro funcionario (Jair Martínez, presidente del Consejo Municipal) por el simple hecho de que le disgustaron los planteamientos esbozados por el orador.
Uno puede o no estar de acuerdo con lo que dice el orador, pero una regla básica de cortesía y buenos modales es escuchar a quienes hablan y, si no se está de acuerdo, existen los mecanismos para rebatir los argumentos esbozados, pero lo que no le es dado a una persona que ha sido investida con uno de los más altos cargos que la Nación dispensa a sus hijos, es comportarse como un señor feudal, que en su feudo no permite a sus siervos decir lo que piensan.
Eso solo en cuanto a quien debe estar llamado a guardar la compostura en actos solemnes, por ser precisamente el portaestandarte del ceremonial y del protocolo del Estado. Lo más preocupante es el saber que no se tiene derecho a disentir, que no se pueden hacer señalamientos u observaciones a quienes gobiernan, porque estamos expuestos a la repulsa, a la condena y casi al ostracismo, por el simple hecho de pensar diferente.
Tal vez el secreto de la auténtica democracia, es como señala De Parga, el sistema de diálogos en el que la mayoría escucha a la minoría, o aquél en el que los gobernantes escuchan a los gobernados, más, con lo acontecido, asisto preocupado a la pérdida, si es que se ha tenido alguna vez, de la tolerancia de quienes nos gobiernan, y sin tolerancia tampoco hay democracia.
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Publicado el 19 de noviembre de 2009 en el diario La Estrella de Panamá, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que le corresponde
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