El fundador en su laberinto

La opinión de…..

Fernando Berguido

Con su despedida de los lectores –luego de 30 años como columnista semanal de este diario– I. Roberto Eisenmann Jr. esgrime como razón un tardío tributo al ocio y a la vagancia.

No hace mucho Ernesto Sábato había abordado el tema. “Ahora la humanidad carece de ocios, en buena parte porque nos hemos acostumbrado a medir el tiempo de modo utilitario, solo en términos de producción”, olvidando el pequeño lugar y el poco tiempo que vivimos, lugares auténticos y experiencias propias “que nada tienen que ver con esos paisajes maravillosos” que recrea la televisión.

Y aunque entre quienes sabemos que los hechos al final relevan a las palabras, por más bien escritas que estén, no me queda duda de que las circunstancias, antes que tarde, harán que Eisenmann vuelva a empuñar su pluma.

En este año que La Prensa celebra su XXX aniversario, me gustaría estirar en perspectiva un par de hechos que apenas esbozan el legado que el fundador de este diario ya nos ha traspasado.

A Roberto Eisenmann el golpe de Estado de 1968 lo sorprendió treintañero. Empezando los 40, funda La Prensa cuando regresaba del primero de sus dos exilios.

Ni su trayectoria pública, mucho menos sus columnas, pueden ser comentadas sin remarcar que fueron 10 años los vividos a la cabeza del medio que fue el enemigo más contundente, consistente y efectivo que tuvo la dictadura, seguidos por cinco años al frente del diario que al renacer la democracia pautó independencia editorial, ante el asombro e incomprensión de tantos que no entendieron entonces un escrutinio vehemente a la que era una democracia endeble y torpe, además ¡gobernada por amigos! Este hecho cambió el curso del periodismo escrito en Panamá, acostumbrado hasta entonces a los diarios progobiernistas, procaudillistas o propartidistas imperantes aquí y en la mayoría de los países de la región.

Nadie planifica una vida de lucha ni mucho menos somete conscientemente a su familia a los sacrificios que el acoso constante, menos aún el exilio, dejan cuando se enfrenta al totalitarismo. “En esa hora crucial en la que no se ve ni para adelante ni para atrás”, para él no hubo elección.

Culminó el exilio, fundó La Prensa, la recibió en el alumbramiento y le tomó la mano cuando se alzó para dar sus primeros pasos, la defendió, la mimó y la financió. Y un buen día, se alejó de ella cuando despuntaba la adolescencia.

En esos años de formación –más allá del atinado experimento que para el mundo del periodismo ha significado un medio de comunicación con un capital atomizado como garantía de que no exista aquel “único dueño” que vigila detrás de las salas de redacción– otro legado ha perdurado.

La empresa participativa que, aunque no fuese novedosa, sí logró convertirla en ejemplo exitoso, sustentable y creíble para Panamá.

Creo que su filosofía se refleja fielmente en ese discurso de 1960 con el que Dave Packard se dirigió a los ejecutivos de Hewlett Packard: “Mucha gente asume, equivocadamente, que una compañía existe simplemente para hacer dinero. Si bien es cierto que obtener ganancias es uno de los resultados fundamentales, también es cierto que debemos buscar más a fondo para encontrar las verdaderas razones de nuestra existencia… La gente se junta y existe ‘en compañía’, porque colectivamente pueden lograr algo que individualmente nunca alcanzarían. Y es de esa forma como se hace una contribución a la sociedad”.

Cada uno aportó en la medida que pudo durante la reconquista de la democracia. Muchos lo siguen haciendo ante las interminables imperfecciones que se encuentran en el utópico camino que conduce a una sociedad más justa, libre y tolerante.

Frutos ha habido muchos y los recolectamos todos los días. Creo que el de Bobby, al fundar La Prensa y transformarla en un medio de comunicación tan singular, tuvo un giro especial.

Por alguna razón, su lucha me recuerda uno de esos “Cantares” de Antonio Machado que dice: “De 10 cabezas, nueve embisten y una piensa”.

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Este artículo se publicó el 27   de mayo de 2010 en el diario La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

Del vicioso círculo de la transparencia

La opinión de…..

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Fernando Berguido G.


Es un comportamiento tan, pero tan repetitivo, que además de predecible es hilarante.   Nuestros políticos entienden perfectamente la función que en democracia juegan todos esos ciudadanos comprometidos con una diversidad de temas públicos y que se activan para estudiar, opinar y proponer ideas a los gobernantes. A esos grupos, que no pretenden buscar un puesto público ni “cogobernar” el país, se les llama “sociedad civil”.

A las agrupaciones y gremios, asociaciones y fundaciones –tal como ocurre con los medios de comunicación–, los partidos políticos y sus dirigentes los escuchan y cortejan siempre y cuando no hayan ganado las elecciones. Con la banda presidencial y el himno nacional llega la amnesia. Y los sensatos consejos de entonces se convierten en ataques y campañas contra el “gobierno”.   En los años que llevo vinculado a algunas de dichas asociaciones y a este periódico, he visto cómo la obra vuelve a escena con el mismo libreto. Solo cambian los actores.

Ayer temprano en la mañana me contactaron de un canal de televisión donde la ministra de Trabajo daba declaraciones “en contra de La Prensa y la Fundación para la Libertad Ciudadana”.   Buscando el balance noticioso, los productores de TVN preguntaban si quería contestarle, invitación que decliné porque me parecía irresponsable salir al aire con una ministra de Estado, sin siquiera haber oído lo que decía.

Luego de escuchar la grabación, entendí que irresponsable no habría sido hablar sin escucharla ayer, sino que lo fue por el daño que le inflingí a mi salud al haberla oído.   Le ahorro a los lectores los detalles, rogándole solamente a esos cientos de panameños que a diario aportan tiempo y dinero dentro de clubes cívicos, gremios y fundaciones por un mejor país, que continúen su brega con el reconocimiento público de muchos.

Al fin y al cabo, la señora ministra –además de afirmar que la sociedad civil lo que buscaba era cogobernar el país– denunció un gravísimo hallazgo:  varios miembros de la junta directiva de Corporación La Prensa, S.A. y la Fundación para el Desarrollo de la Libertad Ciudadana “eran las mismas personas”, dolosa coincidencia que ella no podía callar.   Ya la semana anterior, en otro programa televisivo, había denunciado a la Nación que la “Fundación siempre registraba un superávit” en sus informes financieros.

Descubrió el agua tibia. Corporación La Prensa gestó en 1995 la creación de la Fundación para el Desarrollo de la Libertad Ciudadana y lleva 15 años apoyando sus programas de fortalecimiento de las instituciones democráticas, al igual que han hecho varios medios de comunicación e instituciones de derechos civiles en el mundo, en lo que se conoce como “periodismo cívico”.

El fondo fundacional con el que se constituyó esa entidad fue una donación hecha por Roberto Eisenmann, en 1995, cuando se retiró de La Prensa.   La entidad ha sumado una gran cantidad de ciudadanos ilustres que le aportan anualmente tiempo y dinero. Ha desarrollado una larga lista de iniciativas ciudadanas que van desde su editorial hasta la incubación de nuevas agrupaciones, grupos ecológicos, de desarrollo urbano, foros, encuentros y premios nacionales. Cuando Transparencia Internacional buscaba establecer un capítulo en Panamá, escogió precisamente dicha fundación por su credibilidad y trayectoria.

Antes de ocupar la presidencia de La Prensa, fui invitado a dirigir el capítulo local de Transparencia Internacional (TI). Compartiré una anécdota inscrita en esa interminable cuenta que acumulé aquellos días de contactos con los políticos de gobierno y oposición.

El 7 de mayo de 2003, Angélica Maytín, quien era la directora ejecutiva de la Fundación, me informó que el candidato Ricardo Martinelli quería reunirse con nosotros porque iba a hacer pública la lista de sus donantes.

Para ese entonces, luchábamos por la aprobación de una ley de acceso público a la información, que la administración Moscoso rehuía someter a la Asamblea Nacional y que, finalmente, por esas torcidas veredas del poder y el destino, terminó siendo aprobada como la “Ley de Transparencia” (luego del escándalo Cemis). Además, TI insistía –y sigue insistiendo– que se hicieran públicas las donaciones que financiaban las campañas políticas y que, tal y como ordenaba la Constitución, debían ser públicas las declaraciones patrimoniales de los gobernantes.

El candidato Martinelli no parecía tener la menor posibilidad de triunfo, apenas marcaba en las encuestas y sobraban neuronas para saber que autofinanciaba su aventura electoral.   Pero al menos daba un magnífico ejemplo al resto de los políticos con su iniciativa, y así lo recibimos en las oficinas de la Fundación para la Libertad Ciudadana. Mientras los periodistas de todos los medios tomaban fotos, y le sacaron aquel titular al candidato que decía: “Quien no la debe, no la teme”, yo eché una mirada a la lista de donantes.

Apenas sumaba 30 mil dólares e incluía a su madre, hermano y un par de empresas. Cuando terminaron las fotos, le dije al entonces candidato: “Ricardo, espero que si algún día llegas a la Presidencia, hagas también pública la lista de donantes, así como tu declaración patrimonial, como manda la Constitución y se han rehusado todos los presidentes hasta ahora”. Me aseguró que así sería.

En noviembre de 2003 volvió a visitar la Fundación, anunciando que su lista de donantes estaría colgada en su sitio de internet.

Y el 8 de enero de 2004, nos volvió a pedir una cita. Quería que recibiéramos formal y públicamente su “Estrategia Anticorrupción”.

Transcribo la noticia publicada en La Prensa del 10 de enero de 2004: “Cambiar la elección de los magistrados de la Corte Suprema, del Procurador de la Nación, del Fiscal Electoral, el Contralor y el Defensor del Pueblo, así como la eliminación de la inmunidad de los legisladores, son algunos de los puntos que contempla la estrategia del candidato por Cambio Democrático (CD) Ricardo Martinelli entregada el pasado martes en la oficinas de Transparencia Internacional”.

Y dijo más, luego de entregarle el documento –en compañía de los dignatarios de su partido– a Angélica Maytín:    “Adiós a los clanes familiares en el gobierno, vamos a legislar contra el nepotismo, impulsaremos una ley que prohíba la contratación de familiares”.

Luego de cinco años dejé aquel cargo, ad honórem e ingrato, de presidente de TI para dirigir La Prensa.  Al separarme, perdí la cuenta de cuántas veces más CD y el resto de los partidos políticos visitaron las oficinas de la Fundación y se reunieron con todas aquellas organizaciones que tanto cortejan, para luego despreciar. A la señora ministra le recuerdo que la Fundación de entonces es la misma de ahora. Había un superávit entonces y, afortunadamente, todavía lo registra.

Sus palabras me alertaron, eso sí, de que hay que recordarle al señor Presidente de la República sobre el compromiso que adquirió aquel día con la sociedad civil y los medios de comunicación: hacer pública su lista completa de donantes ahora que finalmente llegó al poder, y hacer pública su declaración patrimonial al inicio y al final de su mandato. Gracias por recordármelo.

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Este artículo se publicó el  14  de abril de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.