Entusiasmo en medio de las crisis

La opinión de…

Mauro Zúñiga Saavedra

Fracaso, crisis y atraso son palabras que denotan pobreza de espíritu y superación, pero a la vez sirven de aprendizaje para no volverlas a repetir o en su defecto minimizar el impacto que tendrían en una nueva oportunidad que se presente en la vida.

Por lo general, una sucesiva serie de fracasos pueden llevar al éxito o conducir a una crisis que derivaría irremediablemente en un atraso de cualquier tipo.

Decía Winston Churchill que el éxito es ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo. Un claro ejemplo lo notamos en nuestra “marea roja”, representada por múltiples fieles fanáticos panameños que a pesar de que su selección nacional de fútbol vaya de tumbo en tumbo y a veces pareciera que viaja sin rumbo fijo no dejan de perder la motivación.

En el momento en que Panamá clasifique a un Mundial alcanzaría el éxito, claro está, después de haber ido de fracaso en fracaso y sin que la “marea roja” perdiera su entusiasmo.

Algo parecido puede estar pasando con la educación panameña. Desde los albores de la República, se habla de “atraso intelectual vergonzoso”, pero los sectores preocupados por su mejoramiento no han perdido su entusiasmo.

Ya en abril de 1902, Guillermo Andreve, quien fuera posteriormente, en varias ocasiones, secretario de instrucción (Ministerio de Educación) bajo la administración de Belisario Porras, dice que el “atraso intelectual” es “cosa que a nuestro pesar nos vemos forzados a reconocer, por más que cegados por un falso patriotismo se pretenda a veces negar lo que está palpable”. Y eso que Ricardo Miró lo definió como un “hombre con un acendrado patriotismo”.

Más adelante, en el artículo culpa “casi por igual” al gobierno y a los padres de familia: “en aquel debido a la desacertada escogencia de maestros y la deficiencia del sistema escolar, y en estos por su indiferencia más que criminal en lo que a la educación de sus hijos se refiere”.

Sin embargo, Andreve advierte sobre el peligro que conllevaría dejarlo todo como está y no hacer nada por mejorar la educación de las nuevas generaciones. “Este atraso vergonzoso no hay duda de que producirá en lo futuro su cosecha de desengaños y desastres, y no creemos fuera de lugar dar desde luego la voz de alerta que nos ponga en guardia y evite la catástrofe”.

El entusiasmo de Andreve nunca mermó y la misma motivación la tuvieron el primer presidente de la entonces nueva República, Manuel Amador Guerrero, y su secretario de Instrucción Pública, Julio Fábrega, quienes firmaron el Decreto No. 7 del 15 de abril de 1904 que creaba y organizaba las dos primeras Escuelas Normales de Panamá.

“Cuatro años más tarde en solemne velada pública, celebrada el 12 de enero, fueron graduados de manera oficial los 20 primeros maestros de Escuela Primaria, titulados por la naciente república”.

De esta primera generación surge con honores Octavio Méndez Pereira, cofundador de la Universidad de Panamá.

Un año después, el 25 de abril, abre sus puertas el Instituto Nacional de Panamá.

Después de graduarse, Méndez Pereira viaja a un país sudamericano para optar por el título de profesor de Estado en el Instituto Pedagógico de Chile. Luego, en el terreno educativo fue ministro de Instrucción Pública entre 1923 y 1927.

Esa experiencia como docente y con la clara idea que éste “ha de ser no un sabio, sino sencillamente estimulador de intereses y sugeridor de necesidades intelectuales y sociales”, Méndez Pereira cofunda la primera casa de estudios superiores en Panamá, el 7 de octubre de 1935.

Entusiasmo en medio de crisis, motivación frente a los fracasos y atrasos. Un editorial de la Lotería en su edición de febrero de 1954, intitulado “El problema universitario”, justificaba su fundación al haber afrontado su “crisis de organización”.

No obstante, advertía del quizás mayor inconveniente que ha tenido la Universidad de Panamá desde entonces: su escuálido presupuesto asignado que, a la larga, afecta progresivamente en la motivación de los universitarios, principalmente sus investigadores. “Pero sería un absurdo sorprenderse de los problemas de presupuesto que contempla ahora la Universidad. Hay que aceptar que la ayuda que le presta el Estado no ha podido ajustarse a su rápido desarrollo. Lo que corresponde, junto con la implantación de economías razonables, es encontrar los medios de crearle rentas adecuadas –aunque evidentemente no las tiene– y demostrar a los estudiantes el deber que les incumbe de ayudar al pago de los gastos universitarios. La educación debe ocupar siempre el primer puesto en las actividades de la comunidad”, sostuvo.

Casi 20 años después de su fundación, el editorial apuntaba que era “nula o casi nula su función investigadora”, de ahí que consideraba como un error “regatear hasta el máximo los estipendios para funciones de la ciencia y de la investigación, pretendiendo que estas actividades resultan estériles y que, por tanto, no merecen aumentos en la asignación presupuestaria”,

Un problema no resuelto detectado hace ya 56 años y que sigue afectando el buen funcionamiento de la primera casa de estudios hoy en día, golpeando las labores investigativas.

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Este artículo se publicó el 28 de julio de 2010 en el diario La Prensa, a quienes damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

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