Formación en la conciencia de los hijos

La opinión de…

Milagro B. de Calvo

Hay una interrogante que todos tienen en sus mentes; una pregunta que se formula con frecuencia, ¿qué debe hacer el docente para ayudar al estudiante y a la familia en esta época tan difícil? La respuesta es clara: ejemplificar.

Vivimos una cultura de muerte, de violencia y nosotros los docentes tenemos un papel estelar que protagonizar. Y es que apoyar actos vandálicos, incendiarios, no beneficia lo que debe ser nuestra natural e inteligente forma de proceder.

Mostrar imágenes donde montados en cólera gritamos, gesticulamos y evadimos el diálogo, no habla bien de nosotros y el mensaje que enviamos a los alumnos llega distorsionado, porque una cosa es lo que decimos que hay que hacer, y otra cosa lo que hacemos.

Porque cuando trabajamos con vocación, con verdadera fe y pasión somos veraces y podemos adentrarnos, sin dificultad, en la mente de nuestros muchachos, ganar su confianza, su respeto y su admiración. Cuando esto ocurre el estudiante ya tiene un patrón conductual, digno de imitarse y empieza a rechazar y reprobar aquello que no concuerde con ese patrón. He allí un aprendizaje sólido, efectivo e imborrable. A partir de este momento nosotros podemos enseñar a los alumnos valores y virtudes medulares para vivir digna y pacíficamente.

Y es cierto que esta tarea no es sólo responsabilidad del docente, si no altamente compartida por el padre de familia. Y es que ambos nos hemos limitado a una tarea de pura información y eludimos la más importante misión que es la formación integral de los estudiantes.

Todavía no puedo comprender si el hecho obedece al temor o a la indiferencia, lo cierto es que no acabamos de disciplinar y formar a nuestros jóvenes.

Pienso que el hecho puede obedecer a: la falta de carácter o intención del padre; su temor a sentirse expuesto, si asume su rol, porque su accionar no sea el correcto y el hijo pueda confrontarlo y restarle autoridad; quizás, porque en un afán desmedido de cautivar el amor de los hijos se han convertido en padres, no sólo tolerantes, sino también permisivos y se crea que ésta es una buena forma de mostrar amor.

El padre que defiende a un hijo sabiéndolo culpable, que responsabiliza a otras entidades de las acciones de sus hijos se está engañando y empuja al muchacho a cometer actos cada vez más reprobables y punibles.

Las experiencias, en el hogar y en la escuela, deben ser propiciadoras de vivencias gratas y positivas. Será entonces cuando los niños y jóvenes, hoy impotentes, puedan reprochar el descontrol de nuestras emociones y el postergar nuestras labores ocasionándoles un perjuicio permanente.

Invito a mis colegas a la reflexión porque quienes emanamos del pueblo no podemos negarle a los hijos de éste la posibilidad de, que a través de una educación formal y responsable, tengan ellos las oportunidades que nosotros tuvimos.

<>

Este artículo se publicó el  17  de julio de 2010 en el diario  El Panamá América,  a quienes damos, lo mismo que a la autora, todo el crédito que les corresponde

Deja un comentario