Pandillas, un reto social

La opinión de…..

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Alberto E. Petit P.

Cuando hablamos de la problemática de la violencia, la criminalidad y el pandillerismo que vive nuestro país pensamos que es algo que sólo el Gobierno debe resolver, y los actores de la sociedad se deben limitar a quejarse de la situación.

Desde que vivimos en democracia hemos escuchado mucho sobre el concepto de participación ciudadana, que ofrece valiosos aportes a la vida sociopolítica de la Nación, haciendo parte a la sociedad en la búsqueda de soluciones conjuntas, ante los diversos retos que afronta el país.

El aumento de la criminalidad y la violencia entre los jóvenes de alto riesgo social o pandilleros debe ser visto con una óptica integral.

Al estudiar las razones que originan las pandillas y el ingreso de integrantes a las mismas no sólo tomamos en cuenta los factores biopsicosociales, producto de patologías y anomalías personales que se dan a lo interno de los procesos de socialización, también es importante reconocer que ese proceso de socialización dura toda la vida.

En este sentido, podemos determinar que el joven aprende valores, comportamientos y formas de vida que determinan su personalidad. Así, la familia y la sociedad juegan un papel preponderante en la formación del individuo.

Algunos estudios sobre el fenómeno de las pandillas han determinado que sus orígenes se relacionan al instinto asociativo natural, supeditado a las necesidades de los jóvenes y adolescentes, como lo son: la aventura, notoriedad, impulso, poder, afectividad. Si la familia, como primera instancia del proceso de socialización, no satisface las necesidades descritas, entonces es muy probable que el joven o adolescente logre satisfacerlas dentro de las pandillas.

Otros estudios se refieren a la adversidad o conflicto entre el joven y el contexto social donde se desarrolla. Este último intenta imponer reglas, patrones o valores que no encajan con los esquemas adoptados para alcanzar metas y realizaciones personales. Esta carencia o incapacidad del contexto social induce al joven a esperar que la pandilla le dé un sentido de aceptación, donde existen acuerdos al nivel de inadaptación que presenta.

Es bueno advertir que el grupo no es quien hace inadaptado al joven, ya que ellos cuando ingresan a la pandilla están desadaptados, asimilando la violencia como medio para resolver conflictos, y la delincuencia se convierte en un modo de vida. Estas, entre muchas teorías, al final nos exponen una reflexión: Primero, ¿Cómo poder señalar que el joven o adolescente pandillero es culpable por esta práctica? De ser culpable el joven, ¿cuál es entonces el grado de participación de la familia y la sociedad en todo esto? ¿Somos copartícipes de la situación que viven nuestros amados jóvenes en Panamá?

Definitivamente, si la problemática en cuestión es generada por el proceso de socialización al que fue expuesto el sujeto, entonces somos todos los responsables de buscar soluciones concretas, no sólo el Gobierno. Entendemos que como Gobierno tenemos una labor que cumplir, pero lo debemos hacer junto a la sociedad civil.

Propongo un nuevo proceso de socialización que se da en prevención primaria y un proceso de resocialización en el marco de una intervención a jóvenes en riesgo social o pandilleros. Con el primero, garantizamos jóvenes sanos, con valores, costumbres y comportamientos adecuados para su desarrollo integral, y con el segundo, apostamos a reinsertar en la sociedad y a la vida productiva a jóvenes que no tenían la esperanza de ser útiles o valiosos.

El primer paso para llevar adelante los dos procesos es revisar los factores estructurales y sociales que influyen en la constitución y evolución del fenómeno de las pandillas y contraponer sus respectivos antónimos. La pobreza y pobreza extrema se contraponen con oportunidades para todos, emprendimientos y aprender a realizar autogestión; la pérdida de la ética social: donde no hay tolerancia, donde reina el individualismo y no se reconoce el respeto al derecho ajeno, tiene alternativas con enseñar a los padres a ser responsables, ser ejemplos para sus hijos, procurar que las familias y, por ende, la sociedad entiendan lo bueno que es ser tolerante, y que vivimos en comunidad por lo que nos necesitamos los unos a los otros.

Ante la violencia juvenil, de género, doméstica, directa e indirecta, cultural, emocional, etc., debemos reflejar, enseñar y trasmitir una cultura de paz, porque los conflictos no se resuelven ni a los golpes, ni con violencia. En materia de deserción escolar el Gobierno está atacando la problemática, aunque es algo que tiene muchas connotaciones que, podemos decir, se ha constituido en un esfuerzo de Estado, y vuelvo a recalcar que las familias juegan un rol importante.

Respecto a las familias disfuncionales, en donde se ve el abandono de los padres, hijos que crecen sin su apoyo y violencia en el hogar, es necesario educar a los padres para que eduquen consecuentemente a sus hijos; apuntamos hacia la constitución de escuelas para padres, porque aunque en ciertas familias solo exista a figura materna o paterna, eso no es excusa para dejar que nuestros hijos se desmoronen en una mar de contradicciones.

De forma tal, estimados lectores, que el problema del pandillerismo y de los jóvenes en riesgo social tiene su solución en la misma sociedad, el Gobierno sólo es un facilitador, un canal de entendimiento de los nuevos conceptos en el proceso de socialización y resocialización. El reto es grande y podemos juntos lograrlo. El Gobierno, por medio del Ministerio de Desarrollo Social, seguirá trabajando en la búsqueda de una sociedad más digna y equitativa.

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Este artículo se publicó el 21 de mayo de 2010 en el diario La Prensa, a quien damos, lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

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