Wikileaks y ‘VatiLeaks’

La opinión de…

XAVIER  SÁEZ-LLORENS

xsaezll@cwpanama.net

Nada de lo conocido hasta ahora por los regüeldos de WikiLeaks es novedoso. Cualquiera que siga el discurrir de la política global coincidirá, en general, con las apreciaciones que los embajadores norteamericanos remitieron al Departamento de Estado.   Para llegar a esas conclusiones no se necesita ser zahorí. Fueron simples observaciones frívolas sobre mandatarios, lo que nos indica la precariedad de las razones que mueven la vida burocrática de las naciones. ¿Qué importa que Berlusconi sea lascivo, Sarkozy megalómano, Putin machista, Gadafi agorafóbico, Zapatero socialista romántico, Kim Jong-Il un viejo en sus últimos estertores, Karzai títere corrupto, Chávez un tipo que requiere aislamiento preventivo, Netanyahu temeroso de la proliferación nuclear de Irán, Hu Jintao censurador de Google, Noriega dictador a ser derrocado o que la señora Kirchner requiera ansiolíticos para fingir sensatez? Al fin y al cabo, no hace falta ser cuerdo, inteligente, democrático, honrado, humilde o fiel para ganar la silla presidencial.

Los diplomáticos son funcionarios que expresan un punto de vista, válido o no, procedente de su intransferible subjetividad. Este comportamiento se practica en todos los despachos del planeta. Su obligación es mantener informada a la cancillería sobre ideologías y tendencias, no sobre habladurías de coctel. La diplomacia es el arte del eufemismo, cuyos representantes deben mantener una conducta políticamente correcta, aunque por dentro se acumulen secreciones de acidez insoportable.    El mundo parece girar alrededor de suspicacias y presunciones. El tema, como siempre, es el de la libertad, el derecho básico por excelencia del hombre, cuyo ejercicio no puede ser absoluto porque chocarían dos deseos fronterizos: más seguridad o más autonomía. No son anhelos incompatibles. Dependiendo de las circunstancias, unas veces habrá más de la una y otras más de la otra.   El hecho cierto es que el ideal de conocer, hasta el dedillo, asuntos muchas veces nimios, nos va a llevar a restricciones en la libertad de información.   El riesgo que se avecina es que la quimera de la transparencia plena nos va a conducir a la mordaza mediática. Disfrutamos morbosamente con filtraciones y destapes. Nunca nos preguntamos, empero, de dónde y cómo se obtienen las confidencias, cuánto pagan por el virgo y quiénes en las sentinas del poder obtienen datos reservados para lucrarse con ellos. La defensa es la misma de siempre: el periodista no está obligado a revelar sus fuentes. De acuerdo. Pero, tarde o temprano, la democracia los obligará a confesar cuando lo que se proponen no se avenga con el bien colectivo y solo obedezca a rencores, venganzas o ratings.

El ser humano promedio es hipócrita por naturaleza. Desconozco si la hipocresía representa una ventaja biológica primitiva para la especie. Si es así, debemos erradicarla para despojarnos del rabo y pelambre de nuestros antepasados simiescos. Es una cualidad execrable que denota baja autoestima y falta de honestidad. ¿Qué pasaría si averiguamos lo que dicen amigos a nuestras espaldas? Correríamos el peligro, quizás, de romper relaciones con todos y vivir en soledad. Para no padecer decepciones, yo trato de tener pocos pero selectos. En el pasado, me han defraudado varios individuos de los que consideré leales. Mi esposa, con sus habilidades intuitivas femeninas, me ayuda a presagiar la sinceridad de las personas. A juzgar por sus recomendaciones, parece tener buen olfato para la gente con doble discurso.

¿Se imaginan ustedes que pudiéramos realizar pinchazos por doquier? La lista de impostores sería enorme. Aparte de desenmascarar la inmoralidad de políticos, empresarios, dirigentes gremiales o líderes sindicales, me encantaría enterarme de los chismes que circulan en el Vaticano, institución que presume ser la autoridad moral de los pueblos católicos desde hace 2000 años. Confirmar, por ejemplo, la veracidad de los rumores sobre secretos sexuales del clero, fetos abortados por monjas, mujeres casadas o viudas acostadas con sacerdotes, conocimiento previo de JP2 y B16 sobre la pederastia eclesial, transacciones bancarias fraudulentas, dineros sustraídos de colectas parroquiales, prebendas a cambio de favores gubernamentales, patologías mentales de los curas exorcistas, prácticas homosexuales clandestinas pese al sermón discriminativo, actividades ocultas del Opus Dei o la participación en el negocio de los condones. Antes de morir, espero conocer los entresijos del ‘VatiLeaks’. Sería mi último orgasmo.

<> Este artículo se publicó el 12 de diciembre de 2010  en el diario La Prensa, a quienes damos,  lo mismo que al autor, todo el crédito que les corresponde.

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