El desprestigio de los políticos

La opinión del periodista….


EUCLIDES M. CORRO R.
emacor@cwpanama.net

Más allá de los intereses políticos, e incluso de las posibles ofertas económicas que les hagan, los que hoy están saltando de un partido a otro, olvidan el grave daño que le están haciendo a nuestros adolescentes con ese pésimo ejemplo al demostrar una total falta de honestidad hacia el partido que los respaldó durante el proceso eleccionario.

Esta situación y muchas otras que riñen con moral, son las que a lo largo de la nueva era democrática han contribuido al desprestigio de la clase política del país, y así queda evidenciado en cada encuesta que se haga al respecto.

No critico al partido que los ilusiona para que se muden, porque a ellos no les corresponde ser leal con el partido que los adversa. Puede que para algunos analistas esa actitud tampoco está acorde con los grupos que utilizan la ventaja política y económica para seducir a los adversarios.

El problema mayor es que quien no es honesto hoy, tampoco lo será mañana. Tomemos un ejemplo, el del diputado Abraham Martínez, quien hace algunos años estaba en Solidaridad y de pronto ‘vio la luz’ y se inscribió en el PRD para seguir gozando de las mieles del poder.

Su trayectoria ha sido la del pusilánime que ni siquiera se sonroja para demostrar su falta resistencia a los sacrificios que significa estar en la orilla de enfrente de los que están en función de gobierno. En el gobierno militar no dejó de hacer caritas, más tarde con Pérez Balladares y así por el estilo con doña Mireya y Martín Torrijos.

Reitero que el señor Martínez es tan solo un ejemplo de una gran cantidad de ‘blandengues’, que no están preparados para el sacrificio o simplemente prefieren prostituirse políticamente. Todos, absolutamente todos los partidos políticos, incluyendo al PRD, se han servido de estos tránsfugas. Estos personajes olvidan que ya están identificados y que, aunque les hagan fiesta a la hora del salto y se les dote de recursos económicos, al final simplemente son instrumentos para utilizarlos y más tarde lanzarlos al basurero de la política, porque no se puede confiar en los que no creen en la lealtad.

Son políticos sin estatura y sin vergüenza, que sufren del complejo de Hamelín; es decir, del ratón que pierde la conciencia al ser encantado por el sonido de una flauta para que al final se lo lleve la corriente y muera ahogado. Y como él hay muchos otros. Se trata de un problema de reciedumbre política. Son políticos de otra calaña, que ni conocen ni les interesa conocer cuál era la conducta de sus colegas de antaño que preferían morir antes de convertirse en traidores. Pero es que en otros tiempos existían dirigentes de alto rango moral que no se vendían por cuatro guayabas, porque, además, tenían principios de decencia, leales a su discurso.

Aquí no se salva ningún partido político. Incluso los que forman parte de la alianza, y reitero que no es un problema de ahora, sino cíclico en cada gobierno. Es por ello que en la partidocracia actual los colectivos aliados también han sufrido bajas de los que han sido encandilados por el brillo del oro prometido y del canto de sirena que al final del camino los hará estrellarse contra la realidad. Además, no se puede esperar lealtad de quien se cambia no por sus creencias y principios, sino por las ofertas económicas y la promesa de que si se cambia podrá ayudar a los miembros de la comunidad que lo eligió. Un cuento que nadie le podrá creer, porque ya no goza de credibilidad.

Lo más grave es que no se dan cuenta de que en los traidores nadie confía. Y que solo tienen un destino. Se les usa a mejor conveniencia y al final, ya exprimidos, se les arroja a un lado del camino. Esa es la tragedia final de los tránsfugas políticos, de los que se venden al mejor postor.

Tengo la esperanza de que todo esto cambiará algún día. El oportunismo tiene que acabar. Nuestra juventud, que observa estos malabarismos, tiene que aprende de los buenos ejemplos y no de los malos. Es hora de la probidad y la decencia en la conducta de una nueva clase política.

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<> Este artículo se publicó 12  de diciembre de 2010  en el Diario La Estrella de Panamá, a quienes damos,  lo mismo que al  autor,  todo el crédito que les corresponde.

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